Violencia política en argentina: La antesala del infierno
En mi búsqueda por comprender un poco más nuestra historia reciente me encontré con un librito de Juan Carlos Marín (Los Hechos Armados, Ediciones PICASO / La Rosa Blindada, 2003, Buenos Aires). Leí algo de este autor en una materia de la facultad, aunque mucho no me atrapó. Tiempo después, otro profesor al que tengo mucha estima (Alejandro Horowicz) me recomendó esta lectura ante mi consulta.
El libro es una prolija investigación sobre lo que el autor define como “hechos armados” dentro del periodo comprendido entre mayo de 1973 y marzo de 1976. Esto es, pleno gobierno constitucional. Y lo que podemos llamar la Antesala del Infierno está conceptualizado como “(…) de una acumulación primaria de lo que en su reproducción ampliada constituiría posteriormente el último y más descomunal genocidio ocurrido en nuestro país (1976/83),” (p. 24). Este es el único trabajo documentado sobre el periodo de violencia previo al golpe de estado. Hay una recopilación de absolutamente todos los casos de violencia (en total 8.509 hechos armados). Según un cuidado análisis desmenuza y cruza esta base de datos según diversos criterios para conseguir sus respuestas.
Encontraremos que se trata de una investigación de tipo explicativa que intenta (y creo que lo logra) demostrar la hipótesis de que lo que en apariencia comenzó como una lucha antisubversiva trastocó directamente en una aniquilación de cuadros opositores, entendido como resolución de una etapa de lucha de clases, sacando del centro del debate a la llamada Teoría de los dos demonios. El marco teórico se alimenta de la teoría marxista y de la obra de Karl Von Klausewitz (uno de los más importantes estudiosos de la guerra).
Si bien es muy interesante el estudio de la formación de la lucha subversiva en los sesenta y setenta, no es esta la pregunta que intenta responder Marín, sino si el periodo de estudio es realmente un momento militar en la progresión de la lucha de clases. La respuesta es afirmativa.
Es riesgoso, y hasta osado, aventurarse en la historia argentina con Carlos Marx debajo del brazo, pero Marín sabe de esto y lo hace bastante bien.
Podríamos decir que hay cierta conciencia de clase: la clase trabajadora, influenciada en parte por ciertos sectores de la intelectualidad de izquierda, logra quebrar la hegemonía ideológica de la burguesía y es allí donde visibiliza a su enemigo, que se encuentra en plena crisis. Las masas movilizadas (alentadas por el aparato peronista en proscripción, pero sin poder encausar luego esa inercia) perciben claramente, luego del Cordobazo, que pueden darle batalla y así corregir, al menos en parte, la explotación, expoliación y sometimiento de los que era objeto el pueblo argentino. No hubo, es cierto, y esto es percibido por el autor, una real conciencia de motor de la historia (para sí), no hubo, sino solo en vanguardias aisladas, la idea de tomar el poder, esa mala palabra que siempre dejamos para que maneje a gusto la burguesía dirigente (porque “ellos saben”). El peronismo había realizado bastante bien su trabajo de subordinar a las masas (“de la casa al trabajo, del trabajo a la casa”) pero el estado de descontento y movilización persistía. Tal ánimo no podía ser solo reprimido por fuerzas legales (no funcionó en 1969) sino aniquilado con toda la furia. El desdibujado gobierno peronista no podía contenerlos, se desintegraba en luchas intestinas y, en el intento de evitar su propio colapso, avaló y promovió dicha aniquilación desde adentro, ofrendando al régimen su última jugada por el disciplinamiento social: una letal inyección de “anticuerpos” al “contaminado” organismo social (grupos parapoliciales, léase la Triple A). El régimen percibió esto con tiempo y se replegó para dar el zarpazo final, mientras tanto disfrutaba la caída de un gobierno democrático y el espectáculo de “la hora de la espada”. La subversión, cada vez más aislada y con la batalla ideológica prácticamente perdida, intentó resistir el embate, porque de eso se trataba, de sostener esa territorialidad social, la continuidad de esa lucha, por ello la tremenda escalada de violencia. El enemigo pegó fuerte, supo dónde y cuándo hacerlo, por eso pudo doblegarlos.
Hasta aquí, mi comentario del texto. Preparé una reseña, como acostumbro hacer, pero, como también acostumbro, quedó demasiado larga para publicarla así nomás. Así que para quienes quieran profundizar, puse el texto completo aquí. (Una chanchada que tuve que hacer por una suma de mis limitaciones y las del Blogger: generar una nota en una fecha antigua para que quede guardado allí)
Las dos notas anteriores sobre Violencia Política en Argentina son:
Violencia política en Argentina: Rodolfo Walsh y la Operación Masacre
Violencia política en Argentina: Tacuara
y seguiremos...
Sobre la guerra
El autor plantea que la guerra funciona como instrumento esencial de crecimiento y desarrollo del capitalismo, podemos probar esta afirmación en los últimos conflictos armados de medio oriente. Y esa es la forma que toma la lucha de clases en un momento de crisis de dominación.
Las insurrecciones de la Comuna de París (1871) y los levantamientos de 1905/17 en Rusia, llevaron la guerra al plano de la lucha de clases, y la lucha de clases al plano de la guerra. El primer sentido refiere al hecho novedoso (hasta ese momento) que una guerra entre estados cambie de eje hacia una guerra entre clases, como prueba de ello fue que el ejército vencedor de Prusia facilitara los medios a Francia para doblegar a la Comuna insurrecta. El segundo sentido refiere al hecho que “la guerra había dejado de ser ajena a los intereses del proletariado” (p. 35) y probablemente en ese orden lógico, es decir que lo que llevó a las armas al proletariado fue, en principio, una lucha entre Estados. Pero también es dable pensar la guerra como inscripta dentro de la lucha de clases (esto debe entenderse como un intento de definición de significados), como la forma que toma en ella en un momento de crisis de dominación. Esto es atendible dados los acontecimientos recientes en Afganistán, Irak y el Líbano.
De las movilizaciones populares a la lucha política
La alianza de clases que significó el ascenso de Perón, en el periodo1943/45, incluía sectores de la burguesía industrial y asalariados. Esta alianza suponía que los marcos de referencia eran los de la institucionalidad burguesa y allí se inscribían las movilizaciones populares de la época. Ellas representaban una pugna contra otras alianzas. “Los obreros que se identificaron con el peronismo no renegaron de su situación de ‘hombres asalariados’ y de su deseo de ser tratados como ciudadanos que luchan por la expansión del mercado de trabajo y su incorporación creciente al proceso productivo.” (p. 42). Fue necesaria una guerra militar entre junio y septiembre de 1955 para quitarle al gobierno peronista el control sobre el aparato estatal. A partir de allí se impone una doble proscripción política: por un lado la que refiere a la expresión política del peronismo, por otro se da aquella que imponen los mismos cuadros peronistas sobre sus bases para evitar que se salgan de los marcos del régimen institucional. Esta situación exigió, por tanto, dos frentes de lucha.
El gobierno peronista (1945-1955) siempre evitó fomentar el interés de clase del proletariado, para ello intentaba canalizarlo corporativamente. Los nacionalismos en Argentina han provocado cortes transversales en la sociedad, debido a la búsqueda, por parte de una burguesía, de una alianza con sectores no burgueses de la sociedad, en este caso en pugna contra otro sector dominante de la misma burguesía. Por ello, no hay un nacionalismo de origen obrero, no hay la producción, desde aquí, de un lenguaje nacionalista.
El desafío de la proscripción
La proscripción política que sufrió el peronismo entre 1955 y 1973, lo puso a prueba en su rol de comandar la alianza de clases de forma que no se salga de los carriles de la voluntad de los sectores de la burguesía. Durante esos 18 años desplegó buena cantidad de tácticas: el levantamiento de Valle y Tanco; el boicot electoral de 1956 (4 millones de votos anulados); el sabotaje fabril; la transferencia de caudales electorales determinando en todos los casos los resultados; guerrillas urbanas y rurales, etc. De esta forma forzaba a todas las facciones políticas antiperonistas a pactar. Pero el autor advierte que la puesta en práctica de estas tácticas en particular estaban subordinadas a una estrategia más amplia “(…) cuya consecuencia no era precisamente transferir un mayor poder a los sectores populares sino neutralizarlos (…) La lucha no estuvo jamás concentrada contra el sistema de dominación, sino contra el gobierno y por la implantación del sistema institucional democrático burgués. La lucha contra el régimen se reducía a la lucha solo contra el gobierno.” (p. 50).
En ese proceso, el actor principal fue la clase obrera que, por su capacidad de movilización, era el factor más amenazador contra el régimen. Hacia 1962 llega un punto de inflexión. Illia finalmente resultó electo en ausencia del peronismo, apoyado por algunos sectores populares que no veían mejor alternativa.
Estudiantes, obreros y agrupaciones de izquierda agitaban sus reivindicaciones ante el reclamo de “orden” por parte de la burguesía. Paradójicamente, la corta presidencia de Illia tal vez haya sido uno de los periodos de mayor crecimiento económico del país, pero de los más dispersos y complejos políticamente hablando. La debilidad del gobierno radical del pueblo llevó sin mayores sorpresas al golpe de estado de Onganía:
El Cordobazo como punto sin retorno.
El movimiento de protesta social había crecido lenta, pero infructuosamente, extendiéndose en todo el territorio del país, “las sumas de los ciudadanos recobraron las ecuaciones de las clases sociales”, lo que permitió la constitución de alianzas que fueron ganando en escala. Había asumido un carácter de legitimidad que alcanzó a la gran mayoría de la población.
Un año después del mundialmente conocido mayo francés ocurrió lo inesperado por todos: “en mayo de 1969 las luchas de calles superan a las fuerzas represivas convencionales” probablemente logrado gracias a una deficiente lectura social de todos los otros sectores. En respuesta a esto ocurre también otro hecho inédito y determinante en la historia de la violencia política en Argentina, esto es: “la necesidad de que las fuerzas armadas se constituyan abiertamente en fuerzas armadas de ocupación” (p. 56).
Para las fuerzas armadas y para la burguesía reaccionaria, el Cordobazo funcionó como una invitación a la “guerra irregular”, una guerra esperada cuyo objetivo consistía en la aniquilación de los cuadros más combativos del movimiento popular. Como nota al pie aparece una tremenda cita de Michel Foucault (Vigilar y Castigar):
La gravedad de la situación llevó a las facciones ilustradas de la burguesía a buscar dominar la situación revalorizando el sistema institucional que siempre despreció. El plan consistía en convocar a elecciones sin proscripciones, mejor dicho, con una sola restricción, claro, la de Perón.
La clase obrera y los sectores radicalizados y proletarizados de la pequeña burguesía habían idealizado el “Cordobazo” y probablemente esa sobrevaloración provino de un cierto desconocimiento del proceso histórico que llevó hacia aquel. Es entonces que el fenómeno se le aparece como ajeno. El resto de la sociedad tomó distancia y no acompañó a la clase obrera en cada intento por retomar la lucha (“Vivorazo”).
Por su parte, el peronismo, matizado según la fracción de que se trate, se adjudicaba el éxito de la movilización en la capital cordobesa, y la invocaba toda vez que podía en sus negociaciones con el régimen militar, pero no podía garantizar controlarla., era asumida como “instrumento de ‘terrorismo’” (p. 59)
A pesar de la convocatoria a elecciones, desde 1969 “la lucha de clases ya transitaba su momento político militar”. Comenzaba a gestarse una sucia guerra civil, se define así “la tendencia irreversible del periodo”. La convocatoria a elecciones resultó ser un desarme político de la capacidad de las masas populares, para todos menos para aquellos que ya se habían constituido en combatientes regulares del incipiente “ejército del pueblo”, quienes solo se replegaron provisoriamente, reflexionando sobre la necesidad de formar una fuerza social que pueda manifestarse como fuerza física y moral con un solo objetivo: “poner fin a la dominación de la burguesía basada en la impunidad y el monopolio de la violencia material” . Para ello habría que “subordinar los enfrentamientos a la necesidad inequívoca de crear un ejército popular al ritmo de la lucha de clases” (p. 60).
Como en 1962, triunfó el frente popular, pero a diferencia de aquel año, esta vez se aceptó el triunfo, se impuso el criterio de la facción de la burguesía “ilustrada”, esta era su táctica para disciplinar “legítimamente” a las masas.
Para las masas, el triunfo electoral fue interpretado a su manera, había que liberar a los prisioneros (combatientes). Así, retomando la tradición del “Cordobazo”, se impuso el ”Devotazo”; “las acciones espontáneas de las masas muestran en forma creciente una radicalización práctica que desplaza abiertamente a los sectores del régimen” (p. 62). La euforia social se había extendido, no sin tensiones al interior del movimiento de masas, allí la burguesía pudo meter la cola. Por su parte, la línea ilustrada había logrado alinear a sus fracciones de forma de cubrir tanto la alianza de clases como la tregua conseguida con sectores del campo popular.
Poco después de la asunción de Cámpora, daba la sensación que el poder de la sociedad se encontraba desmenuzado en todo el territorio del país. Había tanto una gran fluidez en las acciones como enfrentamientos entre las fracciones de clases. “Las fuerzas se expresaban como poder, cada una buscaba un territorio en el cual establecerse”, se dividen: la mayoría queda a la expectativa pero sin desarmarse, unos pocos se desarman para incorporarse al oficialismo. Ezeiza es la muestra, por un lado, de la incapacidad del peronismo de conformar la unidad de las masas populares, por el otro de la lucidez de los sectores regresivos, muy por encima de los revolucionarios en sus decisiones. El gobierno de Perón resulta incapaz de imponer un cese de hostilidades, es entonces que endurece la política lanzando una ofensiva armada contra las facciones más radicalizadas de su movimiento, para ello se crea el organismo parapolicial conocido como la Triple A. Por otra parte, se legitima una política armada de las fracciones de su movimiento mediante acciones “golpistas”.
La estrategia “gatopardista” de la burguesía ilustrada había tenido éxito, por dos: el peronismo se mostraba incapaz de llevar adelante la institucionalización política y al mismo tiempo que se desgastaba frente a sus sectores más combativos, los desarmaba.
La guerra
La acción de los grupos paramilitares y la aparición de nuevas tendencias fascistas con capacidad de convertirse en una fuerza armada, generan una situación tal que las masas consideran que deben supeditar su acción a una estrategia de política militar revolucionaria. En el momento que fallece Perón, quedan establecidas, en un corte que atravesaba toda la sociedad, las bases de tres grandes fuerzas: el régimen, el gobierno y las organizaciones revolucionarias. En este punto, las tres fuerzas comenzaban ya a implementar “abierta y resueltamente su estrategia político-militar” (p. 66).
La política sistemática de aniquilamiento contra los cuadros más combativos del movimiento popular era instrumentada mediante el secuestro y la desaparición, elementos que fueron desplazando las formas institucionalizadas de represión legítima. Esto, para el autor significa, ni más ni menos que la progresión de la lucha de clases a la forma de una guerra, lisa y llanamente.
El análisis sistemático de los hechos armados que realiza el autor cubre desde mayo 1973 hasta marzo de 1976, en ese periodo morirán 1600 personas por causa de estos hechos. ¿Por qué mayo de 1973? Mayo del 73 marca un nuevo punto de inflexión. Visto en perspectiva desde el Cordobazo es un punto de llegada de una forma de manifestarse por parte de los sectores populares, pero también es un punto de partida de nuevas luchas sociales. Aquel fenómeno de 1969 revela una característica, que explica en parte el desbordamiento de las fuerzas represivas: esto se menciona mediante el siguiente concepto: fuerza moral: la convicción de que la lucha es justa y poner en cuestión el monopolio estatal de la fuerza material. Tal fue la potencia de esta fuerza moral que logró superar, al menos por un momento, a la fuerza material armada. Pero ese momento podía esfumarse, porque potencia no es poder; y los sectores populares sintieron que era necesario contar con una fuerza que pueda asumir las nuevas condiciones del enfrentamiento social.
Por el otro lado, quedaba claro para las fuerzas de seguridad, que resultaba imprescindible el desarme político-moral tanto como el desarme material. Mayo del 73 es el momento del repliegue hacia el acuartelamiento de las fuerzas armadas, del abandono de posiciones políticas, dando una falsa imagen de “neutralidad”.
Mayo del 73 también es el momento en que el nuevo gobierno de J. D. Perón asume la prioridad de restablecer el monopolio estatal del uso de la fuerza armada, desairando a quienes lo habían apoyado en todos estos años de proscripción desde la clandestinidad y poniéndose en abierta contradicción frente a una convicción muy fuerte dentro del campo popular: que el monopolio estatal de la fuerza siempre había estado al servicio de los intereses y estrategias de la burguesía.
Independientemente de las variantes dentro del movimiento popular (desde la confrontación contra toda fuerza armada hasta la posibilidad de alianza con una fracción disidente dentro de ella), y desde su propio punto de vista, “(…) las condiciones de las luchas sociales y políticas eran esas: la lucha armada.” (p. 72).
A partir de mayo del 73 la frecuencia de hechos armados se intensifica e irá en aumento. También hay un cambio en el carácter de las luchas sociales y políticas, en relación al periodo de la dictadura comenzada por Onganía en 1966.
Es en este momento que aflora con toda su fuerza el carácter clasista de la lucha de clases. Se quiebra la hegemonía ideológica de la burguesía sobre el proletariado. Las fracciones del movimiento popular se habían ido incorporando a las luchas y cortaron relaciones con la burguesía.
El nuevo imaginario de la lucha estaba polarizado entre reprimidos y represores, en una mutua complicidad donde a la figura del delito se le oponía la del exceso, velando la percepción y obstaculizando el análisis de los hechos, produciendo una primera derrota simbólica cedida por el campo popular. En la búsqueda del carácter revolucionario de la lucha, se apelaba a la consigna de la lucha “contra la represión”, deviniendo en víctimas de esa represión contra determinados delitos, en lugar de presentarse como combatientes que piden solidaridad en su lucha contra injusticias socio-políticas. En esta línea de análisis, aparece la figura del enfrentamiento, como justificatoria de los hechos armados por parte de las fuerzas del régimen, si hay “resistencia” a la ley, se impone el “enfrentamiento”. Pero Marín revela, con datos de su propia investigación, que entre mayo de 1973 y marzo de 1976, el 73,7% del total de hechos armados que produjeron muertos y heridos no fueron resultado de enfrentamientos. Así se desarticula el argumento que relaciona bajas con enfrentamientos. Pero en aquel momento, este escenario fue causa en gran parte de la desmovilización de importantes sectores que no simpatizaban con el régimen. Las vanguardias armadas habían descuidado la lucha teórica e ideológica, cuyo terreno quedó fácilmente en manos del enemigo.
La tarea de constitución de las imágenes ideológicas de la situación para el campo popular había quedado en manos de la pequeña burguesía progresista radicalizada. Resultó de un alto costo estratégico que esta fracción social tuviera internalizada la “buena conciencia democrática” como única arma legítima para combatir a las “dictaduras militares”. No aceptaban las formas armadas, lo cual les parecía un exceso. La imagen del enemigo no se les aparecía claramente, les resultaba dificultoso definir su perfil. Esta indecisión fue fatal. Al régimen le bastó con un terrorismo armado directo al corazón de los cuadros intelectuales y políticos de la pequeña burguesía para desarmarlos por completo.
Otra dicotomía del imaginario es la de legalidad del régimen estatal contra la ilegalidad de las fuerzas subversivas, justificando que los muertos y heridos provocados por el primero son resultado de las acciones necesarias para garantizar el monopolio de la violencia que debe detentar el Estado. Pero del análisis de los datos se deduce que sobre el total de los hechos armados producidos por acciones antisubversivas, el 61,8% son producidos por fuerzas ilegales. Estas eran principalmente parapoliciales, que pese a su situación ilegal no eran combatidas por las fuerzas legales, dado que las consideraban como “’anticuerpos’ necesarios y naturales de la sociedad, sus defensas contra los delincuentes subversivos” (p. 88). Este imaginario sostenido por el entonces presidente Perón, fue luego reflotado también por Massera y por Agosti ante la presencia de los llamados “escuadrones de la muerte”. Marín hace notar que esta concepción es tomada de la experiencia francesa en las antiguas colonias donde consideraron la necesidad de introducir elementos violentistas, cual “anticuerpos”, para defender al sistema social vigente. Hace poco tiempo salió a la luz la conexión de estos métodos franceses en la lucha antisubersiva argentina y, evidentemente, esta es una de esas facetas.
Una hipótesis central planteada en el trabajo es que la operatoria “clandestina” de carácter armado por parte de los aparatos del Estado obedece a la falta de unidad política y de poder social ante las condiciones impuestas por el enfrentamiento, por lo tanto debieron recurrir al anonimato. Esto reflejaría la incapacidad del sistema político social institucional de representar los intereses de la burguesía financiera argentina, obligando la instalación de un complejo andamiaje clandestino. “En parte suponemos que ello también sería el reflejo de la crisis del ‘Estado nación’ como unidad territorial, social y política del capitalismo en su etapa actual de pasaje al intento de hegemonía del capital financiero en el sistema mundial capitalista.” (p. 89).
La burguesía utilizó a las fuerzas armadas en un doble carácter, por un lado, en su operatoria clandestina se lograba la imagen de una guerra entre fuerzas armadas irregulares. Luego, esa situación abría el camino a la legitimidad de la intervención de las fuerzas armadas del Estado.
Cuando en 1972, el régimen de Lanusse hace el llamado a elecciones, los sectores sociales en pugna lo interpretaron, acertadamente, como un intento de desarme. La lucha de clases estaba ya en un momento político militar. No solo no se produjo el desarme sino que se generalizó la lucha armada, contra el régimen militar y como forma de relación entre facciones adversas política e ideológicamente. Las acciones armadas eran una manera de mantener la continuidad de la lucha y era la forma de expresarse como poder:
La mencionada política “clandestina” tenía como objetivo principal operar sobre los cuadros que mediaban entre las organizaciones revolucionarias y el movimiento de masas, la meta era conseguir el aislamiento social de la clase obrera y cercar a las organizaciones revolucionarias.
Este primer año del estudio (el que va desde mayo de 1973 hasta abril de 1974) no debería caracterizarse como de “guerra entre fuerzas irregulares”. El 84,4% de las bajas producidas en ese periodo no pertenecía a una fuerza armada. Se evidencia que se trataba de un proceso que cortó transversalmente a la sociedad argentina y que cada fracción social buscó y/o encontró situaciones que conducían inevitablemente a relaciones como lucha armada. La mayoría de esas bajas eran del campo del pueblo, no se trataba de fuerzas armadas sino de masas movilizadas y militantes políticos de base (lo que podría llamarse retaguardia), quienes sufrieron el 80% del total de las bajas por muertos y heridos durante ese primer año. Las acciones clandestinas, como se dijo arriba, estaban destinadas a producir bajas que lograsen la desmovilización de las masas.
La decisión de la gran burguesía financiera de aplicar una política de aniquilamiento de lo que llamaban subversión no tuvo una correcta lectura por parte de las fracciones que integraban el campo popular. No se comprendió que el enemigo había desplegado una política directamente militar. El ritmo de acción de éste se encontraba siempre subordinado al desarrollo de la lucha de clases. Desde el punto de vista del autor, “(…) la burguesía financiera pierde la iniciativa en la lucha de clases en 1969 y vuelve a retomarla francamente a partir de marzo de 1976.” (p. 97)
Durante el segundo año del estudio (desde mayo de 1974 hasta abril de 1975) se observa una lucha más militarizada que en el periodo anterior: la mayoría de las bajas sí pertenecían a una fuerza armada.
En el tercer año del estudio se profundizan las tendencias, hay un incremento de las bajas del pueblo no pertenecientes a una fuerza armada (es decir, “de retaguardia”), al tiempo que casi no hubo bajas en esa misma categoría de las fuerzas del régimen.
Hacia la segunda mitad del segundo año de estudio (fines de 1974, principios de 1975) encontramos el punto de inflexión en la relación de bajas entre muertos y heridos. Recrudece la lucha y la cantidad de bajas con muertes empieza a superar a las bajas con heridos. En su discriminación por bando, se observa que, entre las bajas del pueblo, la mayoría son muertos y, viceversa, entre las bajas del régimen, la mayoría son heridos.
El “enemigo” impuso una determinada práctica política para aglutinarse: interpeló a todos los sectores sociales para que definan su posición frente a la subversión, logrando de esta forma aglutinarse en una única línea a pesar que sus fuerzas no estaban unificadas.
La “subversión” queda definida como “(…) la tendencia creciente de las diferentes fracciones sociales del movimiento de masas a mantener la continuidad de las luchas planteadas e iniciadas –de muy diferentes maneras– durante el periodo de las dictaduras militares (1966/1973) (…)”, esto es “(…) una determinada territorialidad social y la continuidad de su lucha (…)” (p. 103).
Ante la política de aniquilamiento de la subversión, la respuesta fue un recrudecimiento de la lucha (había una tendencia a aumentar la proporción de muertes entre las bajas del enemigo), no se estaba dispuesto a ceder en esa territorialidad social. Pese a esta capacidad del campo popular de absorber la política de aniquilamiento del enemigo, no buscaban realizarse como poder, sino que se orientaban a incrementar y acumular fuerzas.
En cuanto a la expansión territorial del conflicto, se puede determinar que se trata de un “Teatro de guerra”, dado que abarcó la casi totalidad del país: casi un 70% de los HHAA se produjeron fuera del área GBA/La Plata.
La iniciativa de las acciones armadas a partir de 1969 la tuvo el enemigo, con la intención de recuperar el terreno perdido luego del “Cordobazo”. Entre 1966 y 1969, podría decirse que “gobierno” y “régimen” estaban personificados en la dictadura de Onganía y contra este doble objetivo se lanzaron las luchas sociales. Pero a partir de esta última fecha, el enemigo irá replegándose del gobierno y se concentrará en la defensa del “régimen”:
El periodo 1969/1973 estuvo signado por el intento de los grupos más radicalizados de formar una fuerza armada y los hechos que produjo esta fuerza durante los años del estudio estuvieron destinados a producir bajas materiales, con el objeto de acumular armamento, mientras que la estrategia del enemigo era claramente la de la aniquilación.
Epílogo
La subversión de los años setenta fue una respuesta de un sector movilizado, a las injusticias provocadas por la clase dirigente para con el pueblo, a quién le hacían pagar las costas de la experiencia capitalista. Las formas que adquirió esa lucha tienen que ver en parte con el desarrollo histórico de las clases sociales, en un sentido marxista, donde ciertos sectores de trabajadores organizados se vincularon con radicales de izquierda y otros intelectuales, quienes ya venían acumulando teoría sobre estas luchas, a la vista principalmente de la revolución cubana y del mayo francés. La escalada de violencia, que es quizás el interrogante más inquietante de esta porción de la historia, ocurre en un momento de una muy fuerte crisis de legitimidad del régimen, junto con el autoconvencimiento de las masas que podían llevar adelante una lucha de este tipo contra el enemigo, por ello se fueron subiendo las apuestas hasta que éste último, ante la imposibilidad de disciplinar al pueblo debió recurrir en 1976 a una sistematización del aniquilamiento tal que fue llevado hasta el paroxismo absoluto.
Otra de las razones de aquel asalto al poder fue meramente financiera, esto es tomarse al Estado como “(…) garante de las deudas de sus fracasados modos de acumulación capitalista.” (p. 119), como resultante de ello: una ciudadanía cautiva de la deuda, marcándola en el plano económico, pero también identitario, en detrimento de los valores sociales y políticos. Se debilitó el valor de la nacionalidad, creando una individualidad ciudadana dispuesta a pertenecer a cualquier otra nacionalidad con tal de conseguir trabajo y seguridad social. Y esta es una opción solo para los más ricos entre los empobrecidos (las pequeñas burguesías pauperizadas) no para quienes tienen garantizado el hambre a diario. A estos otros, los sin nada “El capitalismo regional los necesita, pero los necesita así como son, pobres, ¡lo más pobres que los pueda contener!” (p. 120) La pobreza es una necesidad del modo de producción capitalista, es un instrumento para mantener los salarios lo más bajo posible (ejército industrial de reserva en categorías marxistas).
Entonces, por un lado hay una masa sindicalizada, atada por varios flancos, sujeta a la amenaza constante del sin trabajo, sujeta a la cotidiana disciplina fabril y sujeta a la reticulación del clientelismo de la mafia sindical. Por otro lado, escindida política y culturalmente de la primera, están los sin nada. Se imposibilita así una relación solidaria entre los dos derrotados por el régimen:
Por derrotas militares (y políticas) debe entenderse tanto la de la subversión como la de la guerra de las Malvinas
Comentarios
El libro es una prolija investigación sobre lo que el autor define como “hechos armados” dentro del periodo comprendido entre mayo de 1973 y marzo de 1976. Esto es, pleno gobierno constitucional. Y lo que podemos llamar la Antesala del Infierno está conceptualizado como “(…) de una acumulación primaria de lo que en su reproducción ampliada constituiría posteriormente el último y más descomunal genocidio ocurrido en nuestro país (1976/83),” (p. 24). Este es el único trabajo documentado sobre el periodo de violencia previo al golpe de estado. Hay una recopilación de absolutamente todos los casos de violencia (en total 8.509 hechos armados). Según un cuidado análisis desmenuza y cruza esta base de datos según diversos criterios para conseguir sus respuestas.
Encontraremos que se trata de una investigación de tipo explicativa que intenta (y creo que lo logra) demostrar la hipótesis de que lo que en apariencia comenzó como una lucha antisubversiva trastocó directamente en una aniquilación de cuadros opositores, entendido como resolución de una etapa de lucha de clases, sacando del centro del debate a la llamada Teoría de los dos demonios. El marco teórico se alimenta de la teoría marxista y de la obra de Karl Von Klausewitz (uno de los más importantes estudiosos de la guerra).
Si bien es muy interesante el estudio de la formación de la lucha subversiva en los sesenta y setenta, no es esta la pregunta que intenta responder Marín, sino si el periodo de estudio es realmente un momento militar en la progresión de la lucha de clases. La respuesta es afirmativa.
Es riesgoso, y hasta osado, aventurarse en la historia argentina con Carlos Marx debajo del brazo, pero Marín sabe de esto y lo hace bastante bien.
Podríamos decir que hay cierta conciencia de clase: la clase trabajadora, influenciada en parte por ciertos sectores de la intelectualidad de izquierda, logra quebrar la hegemonía ideológica de la burguesía y es allí donde visibiliza a su enemigo, que se encuentra en plena crisis. Las masas movilizadas (alentadas por el aparato peronista en proscripción, pero sin poder encausar luego esa inercia) perciben claramente, luego del Cordobazo, que pueden darle batalla y así corregir, al menos en parte, la explotación, expoliación y sometimiento de los que era objeto el pueblo argentino. No hubo, es cierto, y esto es percibido por el autor, una real conciencia de motor de la historia (para sí), no hubo, sino solo en vanguardias aisladas, la idea de tomar el poder, esa mala palabra que siempre dejamos para que maneje a gusto la burguesía dirigente (porque “ellos saben”). El peronismo había realizado bastante bien su trabajo de subordinar a las masas (“de la casa al trabajo, del trabajo a la casa”) pero el estado de descontento y movilización persistía. Tal ánimo no podía ser solo reprimido por fuerzas legales (no funcionó en 1969) sino aniquilado con toda la furia. El desdibujado gobierno peronista no podía contenerlos, se desintegraba en luchas intestinas y, en el intento de evitar su propio colapso, avaló y promovió dicha aniquilación desde adentro, ofrendando al régimen su última jugada por el disciplinamiento social: una letal inyección de “anticuerpos” al “contaminado” organismo social (grupos parapoliciales, léase la Triple A). El régimen percibió esto con tiempo y se replegó para dar el zarpazo final, mientras tanto disfrutaba la caída de un gobierno democrático y el espectáculo de “la hora de la espada”. La subversión, cada vez más aislada y con la batalla ideológica prácticamente perdida, intentó resistir el embate, porque de eso se trataba, de sostener esa territorialidad social, la continuidad de esa lucha, por ello la tremenda escalada de violencia. El enemigo pegó fuerte, supo dónde y cuándo hacerlo, por eso pudo doblegarlos.
Hasta aquí, mi comentario del texto. Preparé una reseña, como acostumbro hacer, pero, como también acostumbro, quedó demasiado larga para publicarla así nomás. Así que para quienes quieran profundizar, puse el texto completo aquí. (Una chanchada que tuve que hacer por una suma de mis limitaciones y las del Blogger: generar una nota en una fecha antigua para que quede guardado allí)
Las dos notas anteriores sobre Violencia Política en Argentina son:
Violencia política en Argentina: Rodolfo Walsh y la Operación Masacre
Violencia política en Argentina: Tacuara
y seguiremos...
Sobre la guerra
El autor plantea que la guerra funciona como instrumento esencial de crecimiento y desarrollo del capitalismo, podemos probar esta afirmación en los últimos conflictos armados de medio oriente. Y esa es la forma que toma la lucha de clases en un momento de crisis de dominación.
Las insurrecciones de la Comuna de París (1871) y los levantamientos de 1905/17 en Rusia, llevaron la guerra al plano de la lucha de clases, y la lucha de clases al plano de la guerra. El primer sentido refiere al hecho novedoso (hasta ese momento) que una guerra entre estados cambie de eje hacia una guerra entre clases, como prueba de ello fue que el ejército vencedor de Prusia facilitara los medios a Francia para doblegar a la Comuna insurrecta. El segundo sentido refiere al hecho que “la guerra había dejado de ser ajena a los intereses del proletariado” (p. 35) y probablemente en ese orden lógico, es decir que lo que llevó a las armas al proletariado fue, en principio, una lucha entre Estados. Pero también es dable pensar la guerra como inscripta dentro de la lucha de clases (esto debe entenderse como un intento de definición de significados), como la forma que toma en ella en un momento de crisis de dominación. Esto es atendible dados los acontecimientos recientes en Afganistán, Irak y el Líbano.
De las movilizaciones populares a la lucha política
La alianza de clases que significó el ascenso de Perón, en el periodo1943/45, incluía sectores de la burguesía industrial y asalariados. Esta alianza suponía que los marcos de referencia eran los de la institucionalidad burguesa y allí se inscribían las movilizaciones populares de la época. Ellas representaban una pugna contra otras alianzas. “Los obreros que se identificaron con el peronismo no renegaron de su situación de ‘hombres asalariados’ y de su deseo de ser tratados como ciudadanos que luchan por la expansión del mercado de trabajo y su incorporación creciente al proceso productivo.” (p. 42). Fue necesaria una guerra militar entre junio y septiembre de 1955 para quitarle al gobierno peronista el control sobre el aparato estatal. A partir de allí se impone una doble proscripción política: por un lado la que refiere a la expresión política del peronismo, por otro se da aquella que imponen los mismos cuadros peronistas sobre sus bases para evitar que se salgan de los marcos del régimen institucional. Esta situación exigió, por tanto, dos frentes de lucha.
El gobierno peronista (1945-1955) siempre evitó fomentar el interés de clase del proletariado, para ello intentaba canalizarlo corporativamente. Los nacionalismos en Argentina han provocado cortes transversales en la sociedad, debido a la búsqueda, por parte de una burguesía, de una alianza con sectores no burgueses de la sociedad, en este caso en pugna contra otro sector dominante de la misma burguesía. Por ello, no hay un nacionalismo de origen obrero, no hay la producción, desde aquí, de un lenguaje nacionalista.
El desafío de la proscripción
La proscripción política que sufrió el peronismo entre 1955 y 1973, lo puso a prueba en su rol de comandar la alianza de clases de forma que no se salga de los carriles de la voluntad de los sectores de la burguesía. Durante esos 18 años desplegó buena cantidad de tácticas: el levantamiento de Valle y Tanco; el boicot electoral de 1956 (4 millones de votos anulados); el sabotaje fabril; la transferencia de caudales electorales determinando en todos los casos los resultados; guerrillas urbanas y rurales, etc. De esta forma forzaba a todas las facciones políticas antiperonistas a pactar. Pero el autor advierte que la puesta en práctica de estas tácticas en particular estaban subordinadas a una estrategia más amplia “(…) cuya consecuencia no era precisamente transferir un mayor poder a los sectores populares sino neutralizarlos (…) La lucha no estuvo jamás concentrada contra el sistema de dominación, sino contra el gobierno y por la implantación del sistema institucional democrático burgués. La lucha contra el régimen se reducía a la lucha solo contra el gobierno.” (p. 50).
En ese proceso, el actor principal fue la clase obrera que, por su capacidad de movilización, era el factor más amenazador contra el régimen. Hacia 1962 llega un punto de inflexión. Illia finalmente resultó electo en ausencia del peronismo, apoyado por algunos sectores populares que no veían mejor alternativa.
Cada una de las facciones de la sociedad actuó como si el poder del régimen se hubiera disuelto [, en una suerte de] ejercicio generalizado de maniobras de sus respectivas fuerzas, presionando a un gobierno sin capacidad para detentar el poder del Estado (…) Cada fuerza social ejercitaba su magnitud de poder, lo hacía sobre una territorialidad que consideraba propia y asegurada y, en consecuencia, intentaba ampliarla [desplazándose] hacia un espacio exterior “abandonado” por sus antiguos dueños (Marín, op. cit., p. 53).
Estudiantes, obreros y agrupaciones de izquierda agitaban sus reivindicaciones ante el reclamo de “orden” por parte de la burguesía. Paradójicamente, la corta presidencia de Illia tal vez haya sido uno de los periodos de mayor crecimiento económico del país, pero de los más dispersos y complejos políticamente hablando. La debilidad del gobierno radical del pueblo llevó sin mayores sorpresas al golpe de estado de Onganía:
En forma casi instantánea comenzó la representación, se desalojó a los intrusos de las posiciones territoriales, se fue el “desorden” pero el espacio no fue cubierto por un orden, pues no lo había (…)
La sociedad dejó de ser política por decreto, cada fracción licenció a sus expresiones políticas (…) Las clases sociales se convirtieron en operaciones algebraicas de ciudadanos cuya suma de poder tendía a cero; el capital financiero reestructuró su territorialidad con comodidad, dejando el resto de los espacios en estado de abandono (…) la represión pasó a formar parte de la vida cotidiana. El castigo se expandió sin nada que lo frenara, pero había incapacidad por imponer una disciplina, un orden; cuando se intentó definir un orden corporativo que se impusiese, la sociedad toda se rebeló contra la gran corporación del gobierno del Estado (Marín, op. cit., p. 55).
El Cordobazo como punto sin retorno.
El movimiento de protesta social había crecido lenta, pero infructuosamente, extendiéndose en todo el territorio del país, “las sumas de los ciudadanos recobraron las ecuaciones de las clases sociales”, lo que permitió la constitución de alianzas que fueron ganando en escala. Había asumido un carácter de legitimidad que alcanzó a la gran mayoría de la población.
Un año después del mundialmente conocido mayo francés ocurrió lo inesperado por todos: “en mayo de 1969 las luchas de calles superan a las fuerzas represivas convencionales” probablemente logrado gracias a una deficiente lectura social de todos los otros sectores. En respuesta a esto ocurre también otro hecho inédito y determinante en la historia de la violencia política en Argentina, esto es: “la necesidad de que las fuerzas armadas se constituyan abiertamente en fuerzas armadas de ocupación” (p. 56).
Para las fuerzas armadas y para la burguesía reaccionaria, el Cordobazo funcionó como una invitación a la “guerra irregular”, una guerra esperada cuyo objetivo consistía en la aniquilación de los cuadros más combativos del movimiento popular. Como nota al pie aparece una tremenda cita de Michel Foucault (Vigilar y Castigar):
El hecho de que la falta y el castigo se comuniquen entre sí y se unan en la forma de la atrocidad no era la consecuencia de una ley del talión oscuramente admitida. Era el efecto, en los ritos punitivos, de determinada mecánica de poder: de un poder que no sólo no disimula que se ejerce directamente sobre los cuerpos, sino que se exalta y se refuerza con sus manifestaciones físicas; de un poder que se afirma como poder armado, y cuyas funciones de orden, en todo caso, no están separadas de las funciones de guerra, de un poder que se vale de las reglas y las obligaciones como vínculos personales cuya ruptura constituye una ofensa y pide una venganza; de un poder para el cual la desobediencia es un acto de hostilidad, un comienzo de sublevación, que no es en su principio muy diferente de la guerra civil… (el subrayado es mío)
La gravedad de la situación llevó a las facciones ilustradas de la burguesía a buscar dominar la situación revalorizando el sistema institucional que siempre despreció. El plan consistía en convocar a elecciones sin proscripciones, mejor dicho, con una sola restricción, claro, la de Perón.
La clase obrera y los sectores radicalizados y proletarizados de la pequeña burguesía habían idealizado el “Cordobazo” y probablemente esa sobrevaloración provino de un cierto desconocimiento del proceso histórico que llevó hacia aquel. Es entonces que el fenómeno se le aparece como ajeno. El resto de la sociedad tomó distancia y no acompañó a la clase obrera en cada intento por retomar la lucha (“Vivorazo”).
Por su parte, el peronismo, matizado según la fracción de que se trate, se adjudicaba el éxito de la movilización en la capital cordobesa, y la invocaba toda vez que podía en sus negociaciones con el régimen militar, pero no podía garantizar controlarla., era asumida como “instrumento de ‘terrorismo’” (p. 59)
A pesar de la convocatoria a elecciones, desde 1969 “la lucha de clases ya transitaba su momento político militar”. Comenzaba a gestarse una sucia guerra civil, se define así “la tendencia irreversible del periodo”. La convocatoria a elecciones resultó ser un desarme político de la capacidad de las masas populares, para todos menos para aquellos que ya se habían constituido en combatientes regulares del incipiente “ejército del pueblo”, quienes solo se replegaron provisoriamente, reflexionando sobre la necesidad de formar una fuerza social que pueda manifestarse como fuerza física y moral con un solo objetivo: “poner fin a la dominación de la burguesía basada en la impunidad y el monopolio de la violencia material” . Para ello habría que “subordinar los enfrentamientos a la necesidad inequívoca de crear un ejército popular al ritmo de la lucha de clases” (p. 60).
Como en 1962, triunfó el frente popular, pero a diferencia de aquel año, esta vez se aceptó el triunfo, se impuso el criterio de la facción de la burguesía “ilustrada”, esta era su táctica para disciplinar “legítimamente” a las masas.
Para las masas, el triunfo electoral fue interpretado a su manera, había que liberar a los prisioneros (combatientes). Así, retomando la tradición del “Cordobazo”, se impuso el ”Devotazo”; “las acciones espontáneas de las masas muestran en forma creciente una radicalización práctica que desplaza abiertamente a los sectores del régimen” (p. 62). La euforia social se había extendido, no sin tensiones al interior del movimiento de masas, allí la burguesía pudo meter la cola. Por su parte, la línea ilustrada había logrado alinear a sus fracciones de forma de cubrir tanto la alianza de clases como la tregua conseguida con sectores del campo popular.
Poco después de la asunción de Cámpora, daba la sensación que el poder de la sociedad se encontraba desmenuzado en todo el territorio del país. Había tanto una gran fluidez en las acciones como enfrentamientos entre las fracciones de clases. “Las fuerzas se expresaban como poder, cada una buscaba un territorio en el cual establecerse”, se dividen: la mayoría queda a la expectativa pero sin desarmarse, unos pocos se desarman para incorporarse al oficialismo. Ezeiza es la muestra, por un lado, de la incapacidad del peronismo de conformar la unidad de las masas populares, por el otro de la lucidez de los sectores regresivos, muy por encima de los revolucionarios en sus decisiones. El gobierno de Perón resulta incapaz de imponer un cese de hostilidades, es entonces que endurece la política lanzando una ofensiva armada contra las facciones más radicalizadas de su movimiento, para ello se crea el organismo parapolicial conocido como la Triple A. Por otra parte, se legitima una política armada de las fracciones de su movimiento mediante acciones “golpistas”.
La estrategia “gatopardista” de la burguesía ilustrada había tenido éxito, por dos: el peronismo se mostraba incapaz de llevar adelante la institucionalización política y al mismo tiempo que se desgastaba frente a sus sectores más combativos, los desarmaba.
La guerra
La acción de los grupos paramilitares y la aparición de nuevas tendencias fascistas con capacidad de convertirse en una fuerza armada, generan una situación tal que las masas consideran que deben supeditar su acción a una estrategia de política militar revolucionaria. En el momento que fallece Perón, quedan establecidas, en un corte que atravesaba toda la sociedad, las bases de tres grandes fuerzas: el régimen, el gobierno y las organizaciones revolucionarias. En este punto, las tres fuerzas comenzaban ya a implementar “abierta y resueltamente su estrategia político-militar” (p. 66).
(…) “represión” y “terrorismo” no tienen, al menos instrumentalmente, la capacidad para definir una situación de lucha armada como de guerra. Pero cuando la política armada estatal reemplaza la “represión” por la “aniquilación” como única relación con el adversario nos encontramos entonces en un espacio en el que las leyes de la guerra comienzan a hegemonizar las acciones y las relaciones entre las fuerzas sociales en pugna. (p. 66)
La política sistemática de aniquilamiento contra los cuadros más combativos del movimiento popular era instrumentada mediante el secuestro y la desaparición, elementos que fueron desplazando las formas institucionalizadas de represión legítima. Esto, para el autor significa, ni más ni menos que la progresión de la lucha de clases a la forma de una guerra, lisa y llanamente.
El análisis sistemático de los hechos armados que realiza el autor cubre desde mayo 1973 hasta marzo de 1976, en ese periodo morirán 1600 personas por causa de estos hechos. ¿Por qué mayo de 1973? Mayo del 73 marca un nuevo punto de inflexión. Visto en perspectiva desde el Cordobazo es un punto de llegada de una forma de manifestarse por parte de los sectores populares, pero también es un punto de partida de nuevas luchas sociales. Aquel fenómeno de 1969 revela una característica, que explica en parte el desbordamiento de las fuerzas represivas: esto se menciona mediante el siguiente concepto: fuerza moral: la convicción de que la lucha es justa y poner en cuestión el monopolio estatal de la fuerza material. Tal fue la potencia de esta fuerza moral que logró superar, al menos por un momento, a la fuerza material armada. Pero ese momento podía esfumarse, porque potencia no es poder; y los sectores populares sintieron que era necesario contar con una fuerza que pueda asumir las nuevas condiciones del enfrentamiento social.
Por el otro lado, quedaba claro para las fuerzas de seguridad, que resultaba imprescindible el desarme político-moral tanto como el desarme material. Mayo del 73 es el momento del repliegue hacia el acuartelamiento de las fuerzas armadas, del abandono de posiciones políticas, dando una falsa imagen de “neutralidad”.
Mayo del 73 también es el momento en que el nuevo gobierno de J. D. Perón asume la prioridad de restablecer el monopolio estatal del uso de la fuerza armada, desairando a quienes lo habían apoyado en todos estos años de proscripción desde la clandestinidad y poniéndose en abierta contradicción frente a una convicción muy fuerte dentro del campo popular: que el monopolio estatal de la fuerza siempre había estado al servicio de los intereses y estrategias de la burguesía.
Independientemente de las variantes dentro del movimiento popular (desde la confrontación contra toda fuerza armada hasta la posibilidad de alianza con una fracción disidente dentro de ella), y desde su propio punto de vista, “(…) las condiciones de las luchas sociales y políticas eran esas: la lucha armada.” (p. 72).
A partir de mayo del 73 la frecuencia de hechos armados se intensifica e irá en aumento. También hay un cambio en el carácter de las luchas sociales y políticas, en relación al periodo de la dictadura comenzada por Onganía en 1966.
Es en este momento que aflora con toda su fuerza el carácter clasista de la lucha de clases. Se quiebra la hegemonía ideológica de la burguesía sobre el proletariado. Las fracciones del movimiento popular se habían ido incorporando a las luchas y cortaron relaciones con la burguesía.
El nuevo imaginario de la lucha estaba polarizado entre reprimidos y represores, en una mutua complicidad donde a la figura del delito se le oponía la del exceso, velando la percepción y obstaculizando el análisis de los hechos, produciendo una primera derrota simbólica cedida por el campo popular. En la búsqueda del carácter revolucionario de la lucha, se apelaba a la consigna de la lucha “contra la represión”, deviniendo en víctimas de esa represión contra determinados delitos, en lugar de presentarse como combatientes que piden solidaridad en su lucha contra injusticias socio-políticas. En esta línea de análisis, aparece la figura del enfrentamiento, como justificatoria de los hechos armados por parte de las fuerzas del régimen, si hay “resistencia” a la ley, se impone el “enfrentamiento”. Pero Marín revela, con datos de su propia investigación, que entre mayo de 1973 y marzo de 1976, el 73,7% del total de hechos armados que produjeron muertos y heridos no fueron resultado de enfrentamientos. Así se desarticula el argumento que relaciona bajas con enfrentamientos. Pero en aquel momento, este escenario fue causa en gran parte de la desmovilización de importantes sectores que no simpatizaban con el régimen. Las vanguardias armadas habían descuidado la lucha teórica e ideológica, cuyo terreno quedó fácilmente en manos del enemigo.
La tarea de constitución de las imágenes ideológicas de la situación para el campo popular había quedado en manos de la pequeña burguesía progresista radicalizada. Resultó de un alto costo estratégico que esta fracción social tuviera internalizada la “buena conciencia democrática” como única arma legítima para combatir a las “dictaduras militares”. No aceptaban las formas armadas, lo cual les parecía un exceso. La imagen del enemigo no se les aparecía claramente, les resultaba dificultoso definir su perfil. Esta indecisión fue fatal. Al régimen le bastó con un terrorismo armado directo al corazón de los cuadros intelectuales y políticos de la pequeña burguesía para desarmarlos por completo.
Otra dicotomía del imaginario es la de legalidad del régimen estatal contra la ilegalidad de las fuerzas subversivas, justificando que los muertos y heridos provocados por el primero son resultado de las acciones necesarias para garantizar el monopolio de la violencia que debe detentar el Estado. Pero del análisis de los datos se deduce que sobre el total de los hechos armados producidos por acciones antisubversivas, el 61,8% son producidos por fuerzas ilegales. Estas eran principalmente parapoliciales, que pese a su situación ilegal no eran combatidas por las fuerzas legales, dado que las consideraban como “’anticuerpos’ necesarios y naturales de la sociedad, sus defensas contra los delincuentes subversivos” (p. 88). Este imaginario sostenido por el entonces presidente Perón, fue luego reflotado también por Massera y por Agosti ante la presencia de los llamados “escuadrones de la muerte”. Marín hace notar que esta concepción es tomada de la experiencia francesa en las antiguas colonias donde consideraron la necesidad de introducir elementos violentistas, cual “anticuerpos”, para defender al sistema social vigente. Hace poco tiempo salió a la luz la conexión de estos métodos franceses en la lucha antisubersiva argentina y, evidentemente, esta es una de esas facetas.
Una hipótesis central planteada en el trabajo es que la operatoria “clandestina” de carácter armado por parte de los aparatos del Estado obedece a la falta de unidad política y de poder social ante las condiciones impuestas por el enfrentamiento, por lo tanto debieron recurrir al anonimato. Esto reflejaría la incapacidad del sistema político social institucional de representar los intereses de la burguesía financiera argentina, obligando la instalación de un complejo andamiaje clandestino. “En parte suponemos que ello también sería el reflejo de la crisis del ‘Estado nación’ como unidad territorial, social y política del capitalismo en su etapa actual de pasaje al intento de hegemonía del capital financiero en el sistema mundial capitalista.” (p. 89).
La burguesía utilizó a las fuerzas armadas en un doble carácter, por un lado, en su operatoria clandestina se lograba la imagen de una guerra entre fuerzas armadas irregulares. Luego, esa situación abría el camino a la legitimidad de la intervención de las fuerzas armadas del Estado.
Cuando en 1972, el régimen de Lanusse hace el llamado a elecciones, los sectores sociales en pugna lo interpretaron, acertadamente, como un intento de desarme. La lucha de clases estaba ya en un momento político militar. No solo no se produjo el desarme sino que se generalizó la lucha armada, contra el régimen militar y como forma de relación entre facciones adversas política e ideológicamente. Las acciones armadas eran una manera de mantener la continuidad de la lucha y era la forma de expresarse como poder:
Las armas fueron las mediaciones que realizaron las fuerzas de los diferentes sectores en pugna; situación a la que se había llegado como consecuencia de que ésa era la única expresión real de poder del régimen: la fuerza armada, su único espacio social. Magnitud de la crisis de dominación política de la burguesía argentina; su crisis social más importante en toda su historia como clase. (p. 90)
La mencionada política “clandestina” tenía como objetivo principal operar sobre los cuadros que mediaban entre las organizaciones revolucionarias y el movimiento de masas, la meta era conseguir el aislamiento social de la clase obrera y cercar a las organizaciones revolucionarias.
Este primer año del estudio (el que va desde mayo de 1973 hasta abril de 1974) no debería caracterizarse como de “guerra entre fuerzas irregulares”. El 84,4% de las bajas producidas en ese periodo no pertenecía a una fuerza armada. Se evidencia que se trataba de un proceso que cortó transversalmente a la sociedad argentina y que cada fracción social buscó y/o encontró situaciones que conducían inevitablemente a relaciones como lucha armada. La mayoría de esas bajas eran del campo del pueblo, no se trataba de fuerzas armadas sino de masas movilizadas y militantes políticos de base (lo que podría llamarse retaguardia), quienes sufrieron el 80% del total de las bajas por muertos y heridos durante ese primer año. Las acciones clandestinas, como se dijo arriba, estaban destinadas a producir bajas que lograsen la desmovilización de las masas.
La decisión de la gran burguesía financiera de aplicar una política de aniquilamiento de lo que llamaban subversión no tuvo una correcta lectura por parte de las fracciones que integraban el campo popular. No se comprendió que el enemigo había desplegado una política directamente militar. El ritmo de acción de éste se encontraba siempre subordinado al desarrollo de la lucha de clases. Desde el punto de vista del autor, “(…) la burguesía financiera pierde la iniciativa en la lucha de clases en 1969 y vuelve a retomarla francamente a partir de marzo de 1976.” (p. 97)
Durante el segundo año del estudio (desde mayo de 1974 hasta abril de 1975) se observa una lucha más militarizada que en el periodo anterior: la mayoría de las bajas sí pertenecían a una fuerza armada.
En el tercer año del estudio se profundizan las tendencias, hay un incremento de las bajas del pueblo no pertenecientes a una fuerza armada (es decir, “de retaguardia”), al tiempo que casi no hubo bajas en esa misma categoría de las fuerzas del régimen.
Hacia la segunda mitad del segundo año de estudio (fines de 1974, principios de 1975) encontramos el punto de inflexión en la relación de bajas entre muertos y heridos. Recrudece la lucha y la cantidad de bajas con muertes empieza a superar a las bajas con heridos. En su discriminación por bando, se observa que, entre las bajas del pueblo, la mayoría son muertos y, viceversa, entre las bajas del régimen, la mayoría son heridos.
El “enemigo” impuso una determinada práctica política para aglutinarse: interpeló a todos los sectores sociales para que definan su posición frente a la subversión, logrando de esta forma aglutinarse en una única línea a pesar que sus fuerzas no estaban unificadas.
La “subversión” queda definida como “(…) la tendencia creciente de las diferentes fracciones sociales del movimiento de masas a mantener la continuidad de las luchas planteadas e iniciadas –de muy diferentes maneras– durante el periodo de las dictaduras militares (1966/1973) (…)”, esto es “(…) una determinada territorialidad social y la continuidad de su lucha (…)” (p. 103).
Ante la política de aniquilamiento de la subversión, la respuesta fue un recrudecimiento de la lucha (había una tendencia a aumentar la proporción de muertes entre las bajas del enemigo), no se estaba dispuesto a ceder en esa territorialidad social. Pese a esta capacidad del campo popular de absorber la política de aniquilamiento del enemigo, no buscaban realizarse como poder, sino que se orientaban a incrementar y acumular fuerzas.
En cuanto a la expansión territorial del conflicto, se puede determinar que se trata de un “Teatro de guerra”, dado que abarcó la casi totalidad del país: casi un 70% de los HHAA se produjeron fuera del área GBA/La Plata.
La iniciativa de las acciones armadas a partir de 1969 la tuvo el enemigo, con la intención de recuperar el terreno perdido luego del “Cordobazo”. Entre 1966 y 1969, podría decirse que “gobierno” y “régimen” estaban personificados en la dictadura de Onganía y contra este doble objetivo se lanzaron las luchas sociales. Pero a partir de esta última fecha, el enemigo irá replegándose del gobierno y se concentrará en la defensa del “régimen”:
La estrategia político militar del enemigo concentrará entonces todo su esfuerzo en destruir todas las manifestaciones de lo que constituía el contenido sustantivo de la embrionaria estrategia que había ido configurando la ofensiva popular: la necesidad de enfrentar la instancia armada del régimen. El contraataque a la ofensiva popular es iniciado y desarrollado fundamentalmente por las fuerzas políticas y sociales que constituían el alineamiento dominante del nuevo gobierno de J. D. Perón (…)
El periodo 1969/1973 estuvo signado por el intento de los grupos más radicalizados de formar una fuerza armada y los hechos que produjo esta fuerza durante los años del estudio estuvieron destinados a producir bajas materiales, con el objeto de acumular armamento, mientras que la estrategia del enemigo era claramente la de la aniquilación.
Epílogo
La estrategia del ensayo y error como criterio metodológico del manejo del crecimiento de la economía mundial se ha mostrado incapaz de prever mínimamente con alguna antelación eficiente los momentos y los puntos sísmicos de las crisis financieras que provoca en el mundo capitalista. A su vez, cada día más se evidencia que las democracias capitalistas deberán enfrentar una situación social compleja que tenderá a incrementarse enormemente y que pondrá a prueba la ecuanimidad y capacidad política de sus gobiernos y de las democracias para enfrentar las consecuencias de los conflictos sociales crecientes que dichas crisis –inicialmente económicas– desencadenarán en diversos territorios de su sistema social. (p 114)
La subversión de los años setenta fue una respuesta de un sector movilizado, a las injusticias provocadas por la clase dirigente para con el pueblo, a quién le hacían pagar las costas de la experiencia capitalista. Las formas que adquirió esa lucha tienen que ver en parte con el desarrollo histórico de las clases sociales, en un sentido marxista, donde ciertos sectores de trabajadores organizados se vincularon con radicales de izquierda y otros intelectuales, quienes ya venían acumulando teoría sobre estas luchas, a la vista principalmente de la revolución cubana y del mayo francés. La escalada de violencia, que es quizás el interrogante más inquietante de esta porción de la historia, ocurre en un momento de una muy fuerte crisis de legitimidad del régimen, junto con el autoconvencimiento de las masas que podían llevar adelante una lucha de este tipo contra el enemigo, por ello se fueron subiendo las apuestas hasta que éste último, ante la imposibilidad de disciplinar al pueblo debió recurrir en 1976 a una sistematización del aniquilamiento tal que fue llevado hasta el paroxismo absoluto.
Otra de las razones de aquel asalto al poder fue meramente financiera, esto es tomarse al Estado como “(…) garante de las deudas de sus fracasados modos de acumulación capitalista.” (p. 119), como resultante de ello: una ciudadanía cautiva de la deuda, marcándola en el plano económico, pero también identitario, en detrimento de los valores sociales y políticos. Se debilitó el valor de la nacionalidad, creando una individualidad ciudadana dispuesta a pertenecer a cualquier otra nacionalidad con tal de conseguir trabajo y seguridad social. Y esta es una opción solo para los más ricos entre los empobrecidos (las pequeñas burguesías pauperizadas) no para quienes tienen garantizado el hambre a diario. A estos otros, los sin nada “El capitalismo regional los necesita, pero los necesita así como son, pobres, ¡lo más pobres que los pueda contener!” (p. 120) La pobreza es una necesidad del modo de producción capitalista, es un instrumento para mantener los salarios lo más bajo posible (ejército industrial de reserva en categorías marxistas).
Entonces, por un lado hay una masa sindicalizada, atada por varios flancos, sujeta a la amenaza constante del sin trabajo, sujeta a la cotidiana disciplina fabril y sujeta a la reticulación del clientelismo de la mafia sindical. Por otro lado, escindida política y culturalmente de la primera, están los sin nada. Se imposibilita así una relación solidaria entre los dos derrotados por el régimen:
La permanente recuperación del carácter capitalista de la sociedad civil Argentina, ha sido una empresa posibilitada y fundada en esta fractura social y cultural de los asalariados en su conjunto. (p. 122)
(…) la recuperación e instalación de una moral capitalista en la conciencia de la gran mayoría de la ciudadanía, ha sido posible a partir de la existencia de una realidad que se les impuso por el poder de las armas: Las derrotas militares del pueblo. (p. 123)
Por derrotas militares (y políticas) debe entenderse tanto la de la subversión como la de la guerra de las Malvinas
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