miércoles, junio 09, 2004

Educando al soberano. Hoy: “Agarrá lo’ libro’, agarrá”

Hace un tiempo, en el programa “El Refugio de la Cultura”, (que dos semanas atrás se salvó raspando de ser levantado del Canal 7), Osvaldo Quiroga le hizo un reportaje al escritor español Manuel Vicent, a propósito de la presentación de su libro Cuerpos Sucesivos. Allí vierte algunos conceptos muy interesantes sobre la literatura, y con una claridad de expresión que me llamó especialmente la atención. Les transcribo algunos fragmentos. También aprovecho para bajar línea respecto de la lectura en general. A ver qué les parece…

El amor en la literatura
El amor está muy mal visto desde el punto de vista literario. Está derruido por escritores malos, poetas mediocres, etc. Pero bueno, el amor no es un sentimiento nada puro. El amor arrastra pepitas de oro, pero arrastra muchísimo barro. Por el amor te puedes matar. En el amor siempre amas lo que no acabas de poseer del todo, con lo cual esa carencia saca de ti lo mejor y también lo peor. Así como la amistad siempre saca de ti lo mejor, es un espacio azul, porque tu puedes dar la vida, nunca rematar la vida por la amistad. Por amor tu puedes matar, tu puedes sufrir. No es un sentimiento cursi ni romántico, aunque está totalmente derruido por la mala literatura. Pero es que el amor te atañe muy profundamente, y te saca todo lo peor y lo mejor de ti.
El amor es como un fluido, un río que se va solidificando en algunos cuerpos sucesivamente, pero el fluido siempre es el mismo.


Esta última frase expresa el leit motiv de su libro. El amor pensado no como algo que se pueda poseer o retener, sino que fluye entre las personas y se hace cuerpo en determinados individuos, momentos y lugares. Es una idea interesante para desarrollar... y para nada cursi, como dice él.

Sobre la literatura: literatos y narradores
-Yo considero que las grandes literaturas, los grandes literatos son esos que jamás le llegas al fondo. Hay un literato que al llegar a la tercera o quinta página, o al tercer capítulo te sabes el truco.

-Eso no te pasa con Borges.

-Exacto. Borges al final sí te sabes el truco, pero cuando te has leído toda la obra. Es como si él, irónicamente, desde el más allá te dijera: "Muy bien, me has descubierto, pero te he hecho leer toda mi obra". Sin embargo, hay otros que jamás le llegas al fondo. Porque ese fondo es maleable y se acomoda siempre a tu estado de ánimo.

Una cosa es ser un literato, otra cosa es ser un narrador. Un literato, un escritor, es el que tiene una construcción del mundo a través de las palabras, no se entiende el mundo sin palabras. Y un narrador es el que no concibe un mundo sin historias, sin imaginar personajes y crear personajes. El escritor tiene un sentido más amplio. Un escritor puede ser también narrador. Y un narrador, a lo mejor, no puede ser un escritor sino que hay gente que escribe muy mal pero que tiene una fuerza increíble para, en un trazo, dar pulso a un muñeco y que empiece a respirar.


Esto me pareció central. Varias veces me he encontrado con gente que descalifica a la literatura clásica por ser libros que les hacían leer en el colegio o que están pasados de moda, y que prefieren cosas de más “actualidad”. Es verdad que a algunos los habrán fastidiado en la secundaria con El Quijote, o el Martín Fierro o hasta el mismísimo Borges (me encantó lo que dice Vicent sobre él), pero no se puede negar la potencia literaria de los textos, su relectura confirma constantemente su vigencia y llegada al fondo de las cosas.

Bueno, él habla de releer clásicos, pero para nosotros, pequeños y comunes habitantes de este complicado y moderno mundo, todo se reduce a poder leer algo alguna vez. Por mi parte leo cuando tengo tiempo (que no es mucho) y cuando decido dejar de hacer otras boludeces para poder sentarme un rato con un libro. Y la verdad que cuando lo hago, no me arrepiento en lo más mínimo.
Se hace difícil hacerse espacio para leer. Muchas veces uno lo deja para la noche justo antes de irse a dormir, cuando ya estás muerto y a la segunda página empezás a auto flagelarte involuntariamente con el libro contra la nariz, producto del cansancio; hasta que te quedás dormido con la cabeza a modo de señalador. En ese caso, trato de reservarme al menos media hora para leer tranquilo, apagar la tele lo antes posible es una excelente medida.
Los fines de semana habría que reservarse un par de horas solo para leer, y no me refiero al desayuno extendido con el diario abierto mientras le untás la mermelada a la tostada, cosa que también hago y disfruto mucho, confieso. Me refiero a leer un libro y solo a eso, incluso sin radio ni música de fondo, concentrarse en la lectura, dedicarle solo un par de horas de todo el fin de semana. Parece fácil pero no lo es, tampoco es imposible.

Hace unos días fui a ver Troya, verdad que me entretuvo bastante. Mi mala memoria provocó, por suerte, que no dejara de disfrutar la película a pesar de percibir que “había cosas raras”. Cuando volví a casa, agarré lo’ libro’ y chequeé algunas de esas cosas. En efecto, la película contiene aberraciones de contenido respecto al relato original de Homero y a otros relatos tradicionales que cuentan la historia (intentaré preparar un artículo con las principales diferencias entre la peli y los textos originales). Algunos habrán salido del cine creyendo que ahora tienen alguna idea de la Guerra de Troya y sus personajes principales, pero debo decirles que no y que espero que al menos algunos se sientan atraídos a leer sobre el mito de Aquiles y su historia, ya con eso sirvió de algo la película. A los que no quieran leer ni interesarse en el tema seguirán por ahí, como siempre, no les cambiará mucho la vida, ni para peor, pero tampoco para mejor.