miércoles, julio 14, 2004

La Toma de la Pastilla (¿Cada cuanto se toma?)

Hoy se cumple un nuevo aniversario de la famosa Toma de la Bastilla, el momento más emblemático de la Revolución Francesa, allá en el París de 1789.

Muchos relacionan esta fecha como característica de la Revolución más famosa de la historia de la humanidad, pero este fenómeno de ninguna forma puede reducirse a ese día. La Toma de la Bastilla marca tal vez el momento en que entra en escena la figura de la manifestación popular urbana moderna en forma de revuelta. En la Bastilla no estaba el rey ni había nada muy importante. Pero resultaba que se rumoreaba que allí habría armas y/o pólvora, que estos grupetes de pequeños artesanos y comerciantes estaban buscando. La Bastilla era en ese momento una prisión donde no había mucho más que presos comunes y vigilada por algunos viejos guardias, que se rindieron sin ofrecer resistencia. En la confusión, la multitud (unos 20.000 monos fueron los que marcharon a la Bastilla) colgó a algunos de ellos y a algunos presos que creían culpables de algo, quién sabe de qué. Lo importante de la Bastilla era que, simbólicamente, representaba al poder real y eso no era poco; los símbolos de la realeza habían comenzado a desplomarse para siempre.

Curiosamente, la Revolución Francesa tal vez se debió más a divisiones dentro de los poderes reales que a una situación desesperante de los súbditos (que era ciertamente jodida). Una profunda crisis financiera provocada por ayudar a EE.UU. a liberarse de sus archienemigos ingleses obligó a una reforma fiscal y a recurrir a empréstitos (¿les suena?). Esto combinado con dos años de malas cosechas y un muy duro invierno terminaron de prefigurar la escena. Ciertos sectores de la nobleza se resistieron a la presión tributaria y se plantaron ante la realeza, que no tuvo más remedio que convocar a los Estados Generales, cosa que no ocurría salvo en momentos muy críticos. La última había sido en 1614, según la cual se había impuesto el método de un voto por estamento: Clero, Nobleza y Tercer Estado (burguesía, comerciantes, banqueros, la mayoría, bah!).

Después de varias idas y vueltas, presiones, etc., el Clero decide aliarse a la burguesía. El 23 de junio, Luis XVI ordena la reunión de los tres estamentos y admite la aprobación de los impuestos, la garantía de las libertades individuales y de prensa tal como habían sido votadas en los Estados Generales. Con esto, el rey aceptaba los principios del gobierno constitucional. A esto de le llama la Revolución Jurídica, un gran cambio a esta altura.

Luego se armó el despelote: De un lado quedan la burguesía, el clero y el sector liberal de la nobleza; del otro la alta nobleza y la realeza. El rey iba a reaccionar: reúne a sus soldados, no quería saber nada de la duplicación del Tercer Estado y del voto por cabeza en los Estados Generales.

El 11 de julio el rey nombra al barón de Breteuil como director de finanzas, este chabón era contrarrevolucionario hasta el caracú. Para los rentistas y financieros esto significaba la bancarrota. Se sucedieron manifestaciones desordenadas, principalmente de pequeños burgueses, llegando a crear una milicia popular: la Guardia Nacional, para ella era que se buscaban armas y pólvora; el pueblo se estaba armando para lo que se venía: la reacción del rey. Así se llega al 14 de julio.

Luego de la famosa Toma, el rey recula y la burguesía parisina se apodera de la administración de París. La nobleza aristocrática emigra. La noticia corre como reguero de pólvora por todo el país y se agita el interior por miedo a la reacción y a la invasión desde el extranjero.

Una y otra vez veremos a los reformistas moderados de la clase media movilizar a las masas contra la tenaz resistencia de la contrarrevolución. Veremos a las masas pujando más allá de las intenciones de los moderados por su propia revolución social, y a los moderados escindiéndose a su vez en un grupo conservador que hace causa común con los reaccionarios, y un ala izquierda decidida a proseguir adelante en sus primitivos ideales de moderación con ayuda de las masas, aún a riesgo de perder el control sobre ellas. Una parte de la clase media liberal estaba preparada para permanecer revolucionaria hasta el final sin alterar su postura, estos eran los jacobinos.

Por otra parte estaban los sans-culottes (“sin calzones”), un movimiento informe y principalmente urbano de pobres trabajadores, artesanos, tenderos, operarios, pequeños empresarios, etc. Estaban organizados, sobre todo en las secciones de París y en los clubes políticos locales, y proporcionaban la principal fuerza de choque de la revolución.

Todo esto costó mucha sangre durante varios años, se dice que, técnicamente, el periodo revolucionario habría culminado con la derrota del Prarial del año III, que en cristiano era fines de 1795, marcando el triunfo de la alta burguesía. En el medio rodaron las cabezas de la realeza, de Danton, Desmoulins, Robespierre, Saint-Just y de muchos otros más.

Esta revolución es mundialmente conocida y aceptada por los valores de igualdad, libertad y fraternidad, cuya realidad habría que tomar con pinzas, como está a la vista. Preguntas: ¿valió la pena tanta sangre? O más difícil ¿Hasta qué punto se justifica generar tanta violencia para intentar cambiar un orden percibido como injusto? ¿No había otro camino? ¿Y si no había, y si no hay? Ante la misma situación, ¿Quiénes estarían dispuestos a poner el cuerpo, la vida, matar y morir por cambiar las cosas? ¿Quién puede decidir cuándo sería ese momento? ¿Gada guando se doma una Bastilla?

Fuentes: Los datos históricos los saqué, según me iba acordando y hojeando, de “La revolución francesa”, de Eric Hobsbawn; en Las revoluciones burguesas y del Compendio de historia de la Revolución francesa, de Albert Soboul