Trabajo Infantil
Hace un par de años leí una nota al respecto en la excelente revista Hecho en Buenos Aires y el domingo me encontré con esta nota en el diario.
Como tantas otras cuestiones de difícil digestión, porque denuncia nuestra incapacidad como sociedad de evitarlo, tal vez haga falta un abordaje desde distinta perspectiva.
Esto requiere, en primer lugar, aceptar la realidad que el trabajo infantil existe, que no se trata solo de casos aislados de padres vagos y alcohólicos que mandan a sus chicos a pedir para el vino. Esa es solo una auto excusa para esquivar el bulto.
Se estima que un 7% de niños de 5 a 14 años que viven en áreas urbanas de nuestro país, trabajan fuera del hogar (ganan propinas o ayudan con los trabajos de padres o vecinos, etc). Si consideramos a aquellos que también realizan tareas en el hogar habitualmente, la proporción asciende al 20%.
Parece fácil darse cuenta, pero mejor aclarar que el trabajo infantil está íntimamente relacionado con los altos índices de pobreza, desempleo, indigencia y marginalidad que persisten (aún con tasas de crecimiento económico récord) en nuestro país.
Hay que tener en cuenta que incluso aquellos que reciben planes para desocupados deben ir a buscar los recursos, realizar la contraprestación, recorrer determinados espacios para retirar otros “beneficios” en ropa, medicamentos y alimentos. En esos casos, la casa queda a cargo de los chicos. E incluso también tienen que salir a pedir para complementar el ingreso.
No es muy difícil imaginarse el abanico de aberraciones que abarca el trabajo infantil: desde la esclavización, la obligación a mendigar hasta la prostitución… podría decirse que son aberraciones similares a las que sufren los adultos, con el agravante que los niños son obviamente más frágiles, tanto emocional como físicamente, por eso está mundialmente aceptado que no tendrían que salir al mercado laboral (blanco o negro).
No hay que poner en discusión la importancia de la educación y del juego para los niños. Esas son edades para aprender y divertirse, no para salir a ganarse el pan. Según Emilio Tenti Fanfani (investigador del Conicet y docente universitario) “Los dos trabajos legítimos de los niños son el estudio y el juego (…) trabajar significa no tener infancia”.
Sin embargo, aquí estamos, hace años que este problema existe, los niños trabajan aunque está prohibidísimo, los planes asistenciales para evitarlo no alcanzan o directamente quedan en proyectos.
Ante la indiferencia e inacción, hay algunos chicos trabajadores que tomaron el toro por las astas y crearon un movimiento de autoprotección (Niños y Adolescentes Trabajadores – NAT). Ante la necesidad de tener que trabajar, rescatan la dignidad que ello significa y consideraron que organizarse les puede ayudar a conseguir mejores condiciones laborales y protegerse contra la explotación. En este momento cuenta en el país con 200 integrantes de entre 6 y 18 años. Muchos más en Chile y en Perú (tiene 14 mil integrantes), donde el movimiento ya tiene historia.
Como reacción a esta situación, algunas ONGs y sectores de la Iglesia asisten al NAT y promueven a los niños trabajadores a organizarse. Los chicos se sienten así contenidos y que pueden realizar sus labores dignamente, el movimiento también funciona como herramienta para difundir este flagelo. También se dice que de esta manera se les ayuda a garantizarse el derecho a la vida, dado que nadie les garantiza el derecho a la educación.
Otras organizaciones rechazan de plano su difusión porque, dicen, implicaría la naturalización del trabajo infantil, alejando a los niños aún más de su ámbito por derecho, que es la escuela. Fomentarlo relajaría al Estado en la búsqueda de una solución final al problema.
Entonces nos encontramos aquí ante una realidad cruda, que probablemente por eso tiene un bajo grado de visibilidad social, y que no tiene vistas de solución siquiera en el mediano plazo. ¿Qué hacemos entonces con los pibes que laburan? La organización de los chicos en un movimiento puede funcionar como alternativa de dignidad dentro del deteriorado contexto social latinoamericano. También es cierto que no podemos claudicar en el principio que los chicos deben ir al colegio, como tampoco podemos aceptar que haya esclavitud ni prostitución forzada. El Estado todavía se despereza, recién en el año 2000 se creó la página de la CONAETI dentro del ámbito del Ministerio de Trabajo, al menos para encuadrar la situación y definir políticas de estado. Las soluciones pueden ser varias, pero por ahora las cosas siguen igual… parece que los únicos que hicieron algo significativo y sacudieron el avispero son los mismos pibes que crearon el movimiento.
Como tantas otras cuestiones de difícil digestión, porque denuncia nuestra incapacidad como sociedad de evitarlo, tal vez haga falta un abordaje desde distinta perspectiva.
Esto requiere, en primer lugar, aceptar la realidad que el trabajo infantil existe, que no se trata solo de casos aislados de padres vagos y alcohólicos que mandan a sus chicos a pedir para el vino. Esa es solo una auto excusa para esquivar el bulto.
Se estima que un 7% de niños de 5 a 14 años que viven en áreas urbanas de nuestro país, trabajan fuera del hogar (ganan propinas o ayudan con los trabajos de padres o vecinos, etc). Si consideramos a aquellos que también realizan tareas en el hogar habitualmente, la proporción asciende al 20%.
Parece fácil darse cuenta, pero mejor aclarar que el trabajo infantil está íntimamente relacionado con los altos índices de pobreza, desempleo, indigencia y marginalidad que persisten (aún con tasas de crecimiento económico récord) en nuestro país.
Hay que tener en cuenta que incluso aquellos que reciben planes para desocupados deben ir a buscar los recursos, realizar la contraprestación, recorrer determinados espacios para retirar otros “beneficios” en ropa, medicamentos y alimentos. En esos casos, la casa queda a cargo de los chicos. E incluso también tienen que salir a pedir para complementar el ingreso.
No es muy difícil imaginarse el abanico de aberraciones que abarca el trabajo infantil: desde la esclavización, la obligación a mendigar hasta la prostitución… podría decirse que son aberraciones similares a las que sufren los adultos, con el agravante que los niños son obviamente más frágiles, tanto emocional como físicamente, por eso está mundialmente aceptado que no tendrían que salir al mercado laboral (blanco o negro).
No hay que poner en discusión la importancia de la educación y del juego para los niños. Esas son edades para aprender y divertirse, no para salir a ganarse el pan. Según Emilio Tenti Fanfani (investigador del Conicet y docente universitario) “Los dos trabajos legítimos de los niños son el estudio y el juego (…) trabajar significa no tener infancia”.
Sin embargo, aquí estamos, hace años que este problema existe, los niños trabajan aunque está prohibidísimo, los planes asistenciales para evitarlo no alcanzan o directamente quedan en proyectos.
Ante la indiferencia e inacción, hay algunos chicos trabajadores que tomaron el toro por las astas y crearon un movimiento de autoprotección (Niños y Adolescentes Trabajadores – NAT). Ante la necesidad de tener que trabajar, rescatan la dignidad que ello significa y consideraron que organizarse les puede ayudar a conseguir mejores condiciones laborales y protegerse contra la explotación. En este momento cuenta en el país con 200 integrantes de entre 6 y 18 años. Muchos más en Chile y en Perú (tiene 14 mil integrantes), donde el movimiento ya tiene historia.
Como reacción a esta situación, algunas ONGs y sectores de la Iglesia asisten al NAT y promueven a los niños trabajadores a organizarse. Los chicos se sienten así contenidos y que pueden realizar sus labores dignamente, el movimiento también funciona como herramienta para difundir este flagelo. También se dice que de esta manera se les ayuda a garantizarse el derecho a la vida, dado que nadie les garantiza el derecho a la educación.
Otras organizaciones rechazan de plano su difusión porque, dicen, implicaría la naturalización del trabajo infantil, alejando a los niños aún más de su ámbito por derecho, que es la escuela. Fomentarlo relajaría al Estado en la búsqueda de una solución final al problema.
Entonces nos encontramos aquí ante una realidad cruda, que probablemente por eso tiene un bajo grado de visibilidad social, y que no tiene vistas de solución siquiera en el mediano plazo. ¿Qué hacemos entonces con los pibes que laburan? La organización de los chicos en un movimiento puede funcionar como alternativa de dignidad dentro del deteriorado contexto social latinoamericano. También es cierto que no podemos claudicar en el principio que los chicos deben ir al colegio, como tampoco podemos aceptar que haya esclavitud ni prostitución forzada. El Estado todavía se despereza, recién en el año 2000 se creó la página de la CONAETI dentro del ámbito del Ministerio de Trabajo, al menos para encuadrar la situación y definir políticas de estado. Las soluciones pueden ser varias, pero por ahora las cosas siguen igual… parece que los únicos que hicieron algo significativo y sacudieron el avispero son los mismos pibes que crearon el movimiento.
2 Comentarios:
Buen analisis del tema MaxD como siempre tu sensibilidad aflora y lo unico que lamento es la cortedad del texto que te deja con ganas
Todo un cumplido que me digas que quedó corto el texto...
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