Honor y Grasitud
Esta vez hice la tarea con tiempo. Y no, no conmemoraremos ni el 11-S de las torres gemelas ni el 11-S chileno del derrocamiento de Allende, sino un 11-S bien argento: el del fallecimiento de nuestro Domingo Faustino Sarmiento.
Nos ponemos de pie, ingresa la bandera de ceremonias. :D
Bueno, no seremos tan solemnes. Precisamente todo lo contrario. En efecto, la figura de Sarmiento está presente en la médula espinal de nuestra historia nacional y, a su vez se encuentra atravesada por representaciones barnizadas (como todos los próceres) que abrillantan ciertas cuestiones, velan otras, y no casualmente. Inspirado por un programa de radio (Historia Confidencial) emitido la semana pasada y echando mano a un par de textos que tengo por aquí, traté de armar algo. Veamos...
Sarmiento creció y vivió durante uno de los periodos más turbulentos de nuestra historia, en medio de la guerra civil: las luchas entre federales y unitarios. Nuestro hombre había tomado partido por el bando de los segundos. Sus críticas al caudillismo y a Rosas le costaron el exilio a Chile. Luego viajará por varios países hasta que la batalla de Caseros (1852), que significó la derrota definitiva de El Restaurador, le permitió ya quedarse un poco más de tiempo por aquí. No mucho, porque también tuvo sus agarradas con Urquiza. Fue gobernador de su provincia natal (San Juan), más tarde enviado a Washington y a su regreso elegido presidente de la nación (1868-1874).
El primer Sarmiento
Esa primera etapa de exilio en Chile y de los viajes quizá haya sido la más productiva en términos intelectuales. Ya toda una eminencia en pedagogía y ducho en el arte de las letras por su profesión de periodista, publica el famoso Facundo a modo de cruda crítica al régimen rosista: un ensayo que raya los límites del panfleto pero con una potencia literaria que lo entronó como clásico.
De este primer Sarmiento también se dice que es el más controvertido, el que se la agarra vehementemente con un modelo de país que no era el que él quería. En este sentido expresaba una suerte de "romanticismo invertido", es decir que, en lugar de añorar una tradición nacional, su mirada se posaba en el extranjero. Él quería un país moderno e ilustrado insertado en el primer mundo, como gran productor de materias pero también con un importante nivel de industrialización, tal cual había visto en EE.UU. Este sería, en definitiva, su modelo ideal, aunque en un primer momento había vanagloriado la cultura europea (la conocía de sus primeros viajes).
Quienes lo defienden lo hacen, en parte, por cosas como esta, pero que lo pintan tal vez en su faceta más odiosa. Estos elogios ya nos llegan influenciados por esa lucha insalvable entre federales y unitarios, sus consecuentes reproches mutuos y la herencia que aparece secularmente donde se opone a dos países distintos:
Civilización o Barbarie
Sarmiento luchó con pasión por un país que amaba, pero no por lo que era, sino por lo que él quería que fuera (esa fue su gran contradicción). Sarmiento despreciaba al país real: a los gauchos, a los caudillos y a los aborígenes (vulgarmente llamados indios), que representan al país atrasado que él detestaba, lo bárbaro. Por lo tanto había que cambiar ese país, civilizarlo, llenarlo de palomas y de maestros del primer mundo, arrasar con los indios y con los gauchos y cambiarlos por granjeros que trabajasen la tierra y mandasen a sus hijos a la escuela. Sarmiento tildaba de barbarie a varias de las características tradicionales argentinas. José Hernández escribiría el otro gran clásico de la literatura argentina (Martín Fierro) en gran parte para contestarle a Sarmiento y enrostrarle esta contradicción que negaba al país real. Aunque gran promotor de la inmigración, ésta no fue lo que esperaba, de Europa llegaban los expulsados del sistema, pobres y sin instrucción. Por ello, se dice que andaba diciendo por ahí: "Qué chasco nos hemos llevado".
A pesar de sus errores, hay algo que podría elogiarse en su figura: como pocos estadistas de nuestra historia, Sarmiento tenía un proyecto de país. Él sabía hacia dónde ir y defendía su postura con vigor, se peleaba ardientemente (incluso con insultos) con la intelectualidad que lo criticaba.
Todos contra Rosas. Buenos Aires se retoba.
Sus detractores lo tildan de extranjerizante. No le pudieron perdonar el haber participado como corresponsal en la guerra de Caseros del lado del llamado Ejército Grande. Dicho ejército había sido reunido por Urquiza con el solo fin de sacar a Rosas definitivamente del escenario, lo formó con hombres de las provincias y también del extranjero (entrerrianos, correntinos, brasileños, uruguayos y algunos de Buenos Aires), para marchar contra alguien que, en definitiva, era compatriota suyo. Aunque vence en la mencionada batalla de Caseros, Buenos Aires resultaría esquiva para Urquiza y los suyos por un buen tiempo: los porteños se retiraron de la convención constituyente de 1853, les complicaban comercialmente la ruta de navegación por los ríos, entre otras tropelías. Tan áspero se puso el tema que hubo que volver a la carga y fue necesario invadir Buenos Aires dos veces más: Batallas de Cepeda (1859) y Pavón (1861). Finalmente los porteños capitulan y aceptan la Constitución de 1853: empezaba a tomar forma el Estado-Nación, bajo un tenso equilibrio entre Urquiza y Mitre. Nacía la Oficina Nacional de Aduanas (1862), el poder judicial nacional, la ley electoral nacional (1863), el nuevo ejército nacional (1864). Desde 1860, Sarmiento ya era gobernador de San Juan y aliado de Mitre. Los principales beneficiados de este débil orden eran, cuando no, los terratenientes exportadores. El Chacho Peñaloza (sucesor de Facundo Quiroga en La Rioja, una de las zonas más atrasadas y pobres ya desde aquella época) empezó a agitar el avispero, luego de derrotado y muerto le siguió Felipe Varela, también derrotado por los santiagueños Taboada.
Como para complicar las cosas, en 1865 se desata la famosa guerra con Paraguay. Un país desarrollado tecnológica y militarmente hasta un límite tal, que decidió expandirse hacia el Mato Grosso. Brasil no lo podía permitir, y Argentina y Uruguay vieron la oportunidad de sacarse de encima a un peligroso vecino. Quedó en la historia la valentía, pericia y ferocidad que tuvieron los paraguayos para combatir, tal es así que perdieron gran parte de su población masculina adulta. Solo pudieron ser derrotados cinco años después. Para Sarmiento tuvo como saldo trágico que perdió a su propio hijo (Dominguito) en el frente, quien murió desangrado por un tiro recibido en el tobillo. ¿Cuántos gobernantes mandarían a sus propios hijos luchar su guerra?
Sarmiento presidente
En medio de este despelote, Sarmiento ganaba la presidencia (1868). De la producción intelectual de este periodo se conoce mucho menos. Ya no era tan combativo y contestatario como antes, se lo veía más comprometido con el sistema, se había vuelto más conservador. En 1870, Lopez Jordán asesinaba a Urquiza en el palacio de San José y dejaba la puerta manchada con sangre para siempre para que los turistas vayamos a verla (se ve con un poco de imaginación). Sarmiento persiguió hasta el final de su mandato a Lopez Jordán, dando fin a "la última montonera", lo que quedaba de la resistencia federal.
The Chivilcoy Experience
Como precedente del proyecto de país que quería llevar a cabo, normalmente citaba el caso de Chivilcoy. Una excepción dentro de Buenos Aires, ya con la mayoría de sus riquísimas tierras repartidas en estructura de latifundio; la zona de Chivilcoy estaba distribuida en pequeñas granjas dedicadas a la agricultura. Era un sistema muy similar al modelo del farmer norteamericano, base de la democracia jacksoniana, donde cada uno de los individuos se encontraba integrado en la comunidad, constituyendo esta base a partir del tan mentado interés general, comprometidos unos con otros. Sarmiento decía que quería fundar "cien Chivilcoys", aunque nunca pudo fundar ninguna, muy probablemente por no poder torcerle el brazo a la (ay!, otra vez!) oligarquía terrateniente de Buenos Aires :(. Efectivamente se venía dando una transformación en la zona de Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes, parcelando y estableciendo contratos con colonos extranjeros para que se establezcan y produzcan; pero esto nunca se logró en Buenos Aires.
Constantemente confrontaba con la clase terrateniente, eso era lo que más lo distanciaba de Roca, quien, una vez en el poder, cambiaría el modelo político-económico, beneficiando a aquella clase acomodada (ver Generación del 80). Buenos Aires siempre cae parado.
El primer censo. Sarmiento quiso saber. Sarmiento quiso enseñar.
En 1869 (a un año de asumir el poder) se concretaba el primer censo nacional de población y vivienda, que arrojó los siguientes resultados espeluznantes: el 72% de la población adulta era analfabeta, el 75% de la población era pobre, solo el 1% de la población adulta tenía título universitario. Todo esto le daba letra a Sarmiento para aplicar su famoso plan de escuelas públicas (funda como 800 durante su presidencia). El segundo censo (1895) ya arrojaba importantes mejoras.
El Sarmiento como padre de la escuela es el barniz donde siempre se termina refugiando su imagen: esa efigie con el guardapolvo blanco y la tiza en la mano (¡y esa cara de culo que siempre tuvo!:D :D :D). La concepción de educación que tenía Sarmiento es la que mayoritariamente se extendió y que llega hasta nuestros días. Es esa confianza ciega en que la educación puede hacerlo todo, esa confianza ciega en que la educación puede transformarlo todo, de hacer que un bárbaro pueda convertirse en un civilizado. Sigue circulando aún entre los más bienintencionados aquella sentencia condenatoria de última instancia contra el marginal, el excluido, la escoria social: esa sentencia que dictamina: "no han tenido educación, con educación no hubieran sido así, con educación hubieran podido ser como nosotros". Como si la educación pudiera salvar todas las distancias, como si se pudiera moldear todo individuo para encajar ¿en dónde?. Pero bueno, Sarmiento estaba convencido de eso y tuvo la pulenta de llevarlo a cabo y realmente tuvo sus buenos resultados. Su negación (¿nuestra negación también?) del país real probablemente le jugaron una mala pasada, y la partida, a mi entender, le quedó trunca. Aún así, nuestro alto nivel de educación en comparación al total de Américal Latina es envidiable y se lo debemos en gran parte a él.
Y se hizo la Argentina
Entre otras cosas también promovió la extensión de la red telegráfica (hizo colocar el primer cable transoceánico) y de ferrocarriles, estaba obsesionado por la importancia de las comunicaciones.
Bueno, no era joda, estaba armando el país. Argentina empezaba a dejar de ser un rejunte de provincias peleadas entre sí para pasar a ser, muy de a poquito, un Estado Nacional. Un Estado que después se termina morfando Buenos Aires, la famosa macrocefalia de la que aún sufrimos. La eterna discusión por la coparticipación federal tiene que ver con esto: si Buenos Aires contiene a casi la mitad de la población merecería una porción equivalente de torta, pero lo que queda para repartir no ayuda a que el resto de las regiones crezca, un círculo vicioso que arrastramos desde aquellas épocas.
En definitiva, pueden hacérsele muchas críticas, entre las más odiosas, aquellas que lo tildan de maltratar y aborrecer a los aborígenes; pero en esa época casi ningún intelectual (ver Generación del 37) simpatizaba con los "indios", la idea de que eran atrasados y que estorbaban al mentado progreso estaba difundida ampliamente.
Y, nos guste o no nos guste, bajo ese fuego se forjó nuestra nación, y de eso nos tenemos que hacer cargo, no podemos negarlo. Solo podemos tratar de aprender de sus errores y de sus aciertos.
Por eso: "¡Olor y Grasitud, al gran Sarmiento!"
Fuentes consultadas:
Programa de radio "Historia Confidencial" emitido por Radio Mitre el 4/9.
Rock, David; Argentina 1516-1987.
Halperin Donghi, Tulio; Historia contemporánea de América Latina.
Enciclopedias, mataburros e internetes varios.
Mi mala memoria.
Nos ponemos de pie, ingresa la bandera de ceremonias. :D
Bueno, no seremos tan solemnes. Precisamente todo lo contrario. En efecto, la figura de Sarmiento está presente en la médula espinal de nuestra historia nacional y, a su vez se encuentra atravesada por representaciones barnizadas (como todos los próceres) que abrillantan ciertas cuestiones, velan otras, y no casualmente. Inspirado por un programa de radio (Historia Confidencial) emitido la semana pasada y echando mano a un par de textos que tengo por aquí, traté de armar algo. Veamos...
Sarmiento creció y vivió durante uno de los periodos más turbulentos de nuestra historia, en medio de la guerra civil: las luchas entre federales y unitarios. Nuestro hombre había tomado partido por el bando de los segundos. Sus críticas al caudillismo y a Rosas le costaron el exilio a Chile. Luego viajará por varios países hasta que la batalla de Caseros (1852), que significó la derrota definitiva de El Restaurador, le permitió ya quedarse un poco más de tiempo por aquí. No mucho, porque también tuvo sus agarradas con Urquiza. Fue gobernador de su provincia natal (San Juan), más tarde enviado a Washington y a su regreso elegido presidente de la nación (1868-1874).
El primer Sarmiento
Esa primera etapa de exilio en Chile y de los viajes quizá haya sido la más productiva en términos intelectuales. Ya toda una eminencia en pedagogía y ducho en el arte de las letras por su profesión de periodista, publica el famoso Facundo a modo de cruda crítica al régimen rosista: un ensayo que raya los límites del panfleto pero con una potencia literaria que lo entronó como clásico.
De este primer Sarmiento también se dice que es el más controvertido, el que se la agarra vehementemente con un modelo de país que no era el que él quería. En este sentido expresaba una suerte de "romanticismo invertido", es decir que, en lugar de añorar una tradición nacional, su mirada se posaba en el extranjero. Él quería un país moderno e ilustrado insertado en el primer mundo, como gran productor de materias pero también con un importante nivel de industrialización, tal cual había visto en EE.UU. Este sería, en definitiva, su modelo ideal, aunque en un primer momento había vanagloriado la cultura europea (la conocía de sus primeros viajes).
Quienes lo defienden lo hacen, en parte, por cosas como esta, pero que lo pintan tal vez en su faceta más odiosa. Estos elogios ya nos llegan influenciados por esa lucha insalvable entre federales y unitarios, sus consecuentes reproches mutuos y la herencia que aparece secularmente donde se opone a dos países distintos:
Civilización o Barbarie
Sarmiento luchó con pasión por un país que amaba, pero no por lo que era, sino por lo que él quería que fuera (esa fue su gran contradicción). Sarmiento despreciaba al país real: a los gauchos, a los caudillos y a los aborígenes (vulgarmente llamados indios), que representan al país atrasado que él detestaba, lo bárbaro. Por lo tanto había que cambiar ese país, civilizarlo, llenarlo de palomas y de maestros del primer mundo, arrasar con los indios y con los gauchos y cambiarlos por granjeros que trabajasen la tierra y mandasen a sus hijos a la escuela. Sarmiento tildaba de barbarie a varias de las características tradicionales argentinas. José Hernández escribiría el otro gran clásico de la literatura argentina (Martín Fierro) en gran parte para contestarle a Sarmiento y enrostrarle esta contradicción que negaba al país real. Aunque gran promotor de la inmigración, ésta no fue lo que esperaba, de Europa llegaban los expulsados del sistema, pobres y sin instrucción. Por ello, se dice que andaba diciendo por ahí: "Qué chasco nos hemos llevado".
A pesar de sus errores, hay algo que podría elogiarse en su figura: como pocos estadistas de nuestra historia, Sarmiento tenía un proyecto de país. Él sabía hacia dónde ir y defendía su postura con vigor, se peleaba ardientemente (incluso con insultos) con la intelectualidad que lo criticaba.
Todos contra Rosas. Buenos Aires se retoba.
Sus detractores lo tildan de extranjerizante. No le pudieron perdonar el haber participado como corresponsal en la guerra de Caseros del lado del llamado Ejército Grande. Dicho ejército había sido reunido por Urquiza con el solo fin de sacar a Rosas definitivamente del escenario, lo formó con hombres de las provincias y también del extranjero (entrerrianos, correntinos, brasileños, uruguayos y algunos de Buenos Aires), para marchar contra alguien que, en definitiva, era compatriota suyo. Aunque vence en la mencionada batalla de Caseros, Buenos Aires resultaría esquiva para Urquiza y los suyos por un buen tiempo: los porteños se retiraron de la convención constituyente de 1853, les complicaban comercialmente la ruta de navegación por los ríos, entre otras tropelías. Tan áspero se puso el tema que hubo que volver a la carga y fue necesario invadir Buenos Aires dos veces más: Batallas de Cepeda (1859) y Pavón (1861). Finalmente los porteños capitulan y aceptan la Constitución de 1853: empezaba a tomar forma el Estado-Nación, bajo un tenso equilibrio entre Urquiza y Mitre. Nacía la Oficina Nacional de Aduanas (1862), el poder judicial nacional, la ley electoral nacional (1863), el nuevo ejército nacional (1864). Desde 1860, Sarmiento ya era gobernador de San Juan y aliado de Mitre. Los principales beneficiados de este débil orden eran, cuando no, los terratenientes exportadores. El Chacho Peñaloza (sucesor de Facundo Quiroga en La Rioja, una de las zonas más atrasadas y pobres ya desde aquella época) empezó a agitar el avispero, luego de derrotado y muerto le siguió Felipe Varela, también derrotado por los santiagueños Taboada.
Como para complicar las cosas, en 1865 se desata la famosa guerra con Paraguay. Un país desarrollado tecnológica y militarmente hasta un límite tal, que decidió expandirse hacia el Mato Grosso. Brasil no lo podía permitir, y Argentina y Uruguay vieron la oportunidad de sacarse de encima a un peligroso vecino. Quedó en la historia la valentía, pericia y ferocidad que tuvieron los paraguayos para combatir, tal es así que perdieron gran parte de su población masculina adulta. Solo pudieron ser derrotados cinco años después. Para Sarmiento tuvo como saldo trágico que perdió a su propio hijo (Dominguito) en el frente, quien murió desangrado por un tiro recibido en el tobillo. ¿Cuántos gobernantes mandarían a sus propios hijos luchar su guerra?
Sarmiento presidente
En medio de este despelote, Sarmiento ganaba la presidencia (1868). De la producción intelectual de este periodo se conoce mucho menos. Ya no era tan combativo y contestatario como antes, se lo veía más comprometido con el sistema, se había vuelto más conservador. En 1870, Lopez Jordán asesinaba a Urquiza en el palacio de San José y dejaba la puerta manchada con sangre para siempre para que los turistas vayamos a verla (se ve con un poco de imaginación). Sarmiento persiguió hasta el final de su mandato a Lopez Jordán, dando fin a "la última montonera", lo que quedaba de la resistencia federal.
The Chivilcoy Experience
Como precedente del proyecto de país que quería llevar a cabo, normalmente citaba el caso de Chivilcoy. Una excepción dentro de Buenos Aires, ya con la mayoría de sus riquísimas tierras repartidas en estructura de latifundio; la zona de Chivilcoy estaba distribuida en pequeñas granjas dedicadas a la agricultura. Era un sistema muy similar al modelo del farmer norteamericano, base de la democracia jacksoniana, donde cada uno de los individuos se encontraba integrado en la comunidad, constituyendo esta base a partir del tan mentado interés general, comprometidos unos con otros. Sarmiento decía que quería fundar "cien Chivilcoys", aunque nunca pudo fundar ninguna, muy probablemente por no poder torcerle el brazo a la (ay!, otra vez!) oligarquía terrateniente de Buenos Aires :(. Efectivamente se venía dando una transformación en la zona de Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes, parcelando y estableciendo contratos con colonos extranjeros para que se establezcan y produzcan; pero esto nunca se logró en Buenos Aires.
Constantemente confrontaba con la clase terrateniente, eso era lo que más lo distanciaba de Roca, quien, una vez en el poder, cambiaría el modelo político-económico, beneficiando a aquella clase acomodada (ver Generación del 80). Buenos Aires siempre cae parado.
El primer censo. Sarmiento quiso saber. Sarmiento quiso enseñar.
En 1869 (a un año de asumir el poder) se concretaba el primer censo nacional de población y vivienda, que arrojó los siguientes resultados espeluznantes: el 72% de la población adulta era analfabeta, el 75% de la población era pobre, solo el 1% de la población adulta tenía título universitario. Todo esto le daba letra a Sarmiento para aplicar su famoso plan de escuelas públicas (funda como 800 durante su presidencia). El segundo censo (1895) ya arrojaba importantes mejoras.
El Sarmiento como padre de la escuela es el barniz donde siempre se termina refugiando su imagen: esa efigie con el guardapolvo blanco y la tiza en la mano (¡y esa cara de culo que siempre tuvo!:D :D :D). La concepción de educación que tenía Sarmiento es la que mayoritariamente se extendió y que llega hasta nuestros días. Es esa confianza ciega en que la educación puede hacerlo todo, esa confianza ciega en que la educación puede transformarlo todo, de hacer que un bárbaro pueda convertirse en un civilizado. Sigue circulando aún entre los más bienintencionados aquella sentencia condenatoria de última instancia contra el marginal, el excluido, la escoria social: esa sentencia que dictamina: "no han tenido educación, con educación no hubieran sido así, con educación hubieran podido ser como nosotros". Como si la educación pudiera salvar todas las distancias, como si se pudiera moldear todo individuo para encajar ¿en dónde?. Pero bueno, Sarmiento estaba convencido de eso y tuvo la pulenta de llevarlo a cabo y realmente tuvo sus buenos resultados. Su negación (¿nuestra negación también?) del país real probablemente le jugaron una mala pasada, y la partida, a mi entender, le quedó trunca. Aún así, nuestro alto nivel de educación en comparación al total de Américal Latina es envidiable y se lo debemos en gran parte a él.
Y se hizo la Argentina
Entre otras cosas también promovió la extensión de la red telegráfica (hizo colocar el primer cable transoceánico) y de ferrocarriles, estaba obsesionado por la importancia de las comunicaciones.
Bueno, no era joda, estaba armando el país. Argentina empezaba a dejar de ser un rejunte de provincias peleadas entre sí para pasar a ser, muy de a poquito, un Estado Nacional. Un Estado que después se termina morfando Buenos Aires, la famosa macrocefalia de la que aún sufrimos. La eterna discusión por la coparticipación federal tiene que ver con esto: si Buenos Aires contiene a casi la mitad de la población merecería una porción equivalente de torta, pero lo que queda para repartir no ayuda a que el resto de las regiones crezca, un círculo vicioso que arrastramos desde aquellas épocas.
En definitiva, pueden hacérsele muchas críticas, entre las más odiosas, aquellas que lo tildan de maltratar y aborrecer a los aborígenes; pero en esa época casi ningún intelectual (ver Generación del 37) simpatizaba con los "indios", la idea de que eran atrasados y que estorbaban al mentado progreso estaba difundida ampliamente.
Y, nos guste o no nos guste, bajo ese fuego se forjó nuestra nación, y de eso nos tenemos que hacer cargo, no podemos negarlo. Solo podemos tratar de aprender de sus errores y de sus aciertos.
Por eso: "¡Olor y Grasitud, al gran Sarmiento!"
Fuentes consultadas:
Programa de radio "Historia Confidencial" emitido por Radio Mitre el 4/9.
Rock, David; Argentina 1516-1987.
Halperin Donghi, Tulio; Historia contemporánea de América Latina.
Enciclopedias, mataburros e internetes varios.
Mi mala memoria.
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