El progreso
En El Ortiba me encontré con una interesante nota de Alberto Buela sobre el progreso que, debo decir, sintoniza bastante bien con algunas de mis opiniones al respecto. Está muy bien desarrollada, es instructiva y viene bien para consolidar algunas cuestiones. La enlazo también desde aquí..
La tema central radicaría en cambiar el concepto aceptado de progreso, asociado habitualmente como valoración positiva con el de modernidad, el avance de la tecnología, el desarrollo material; en contraposición con lo antiguo, bárbaro, decadente, etc. De esta idea se cuelga el neoliberalismo para justificar la explotación y el uso indiscriminado de recursos (naturales y/o humanos), hablando en términos teóricos con el fin último de acumular capital (ó riqueza).
Lamentablemente las izquierdas no estuvieron a la altura para combatir los destrozos que viene provocando la aplicación de esta idea. Marx no escapó a su época en este punto y siempre estuvo de acuerdo con la idea moderna del progreso. Inmerso en plena era de revoluciones (incluida la industrial), digamos que el desarrollo de las relaciones sociales de producción sería una consecuencia del desarrollo de las condiciones materiales que las permiten y sin ellas no sería posible la revolución ni el socialismo ni nada. La degeneración del comunismo real stalinista en una usina soviética de producción que puso de rodillas por un momento al capitalismo yanqui, sin duda no iba a desentonar, como tampoco la China comunista.
Las socialdemocracias tal vez se acercaban más a la idea liberal de progreso y, en el mejor de los casos se apegaban a una suerte de teoría del “derrame”, en el sentido que el progreso tecnológico iba a permitir a los trabajadores más tiempo de ocio.
Ahora bien, a la vista de los desastres ecológicos y económicos que “El Progreso”, entendido en forma indiscriminada, se ha cargado, las guerras y crímenes que, lejos de haber evitado, ha provocado y por ende las vidas que se ha llevado, ¿vale la pena seguir sosteniéndola? Porque las voces críticas son normalmente acalladas con la etiqueta de “reaccionarios”, es decir aquellos que están en contra del progreso.
Ya se dejan oír razonamientos a partir de determinadas crisis que está generando el progreso. Una de las más típicas es el tema de la energía: independientemente del daño ambiental que hoy por hoy causa el uso de combustibles fósiles, se sabe que si la totalidad de los habitantes aspira a consumir la misma cantidad de energía que un ciudadano promedio del primer mundo, se va todo sencillamente al carajo. A partir de ello se desprende la pregunta ¿es necesario consumir tanto? La respuesta tiene que ser no. Porque no podemos concebir un mundo que funcione solo para el 5% de su población.
Alberto Buela se pregunta:
De esto no debe deducirse que haya que frenar el progreso, sino pensarlo de otra manera, reencauzarlo a su idea original de equilibrio, teniendo en cuenta las necesidades cada vez más complejas del ser humano, pero también su medio y, por supuesto, con la idea de equidad siempre presente.
La cuestión del desperdicio también es central. Hay la idea de que si uno puede comprar cualquier cosa, lo usa o no, lo tira, hace lo que quiere, total el mercado regula. Está la costumbre de dejar las luces encendidas aunque no las necesite, porque queda lindo, o porque da sensación de seguridad. Mientras se pague el consumo, no importa. Mejor para las compañías de electricidad, ellos cobran más pero no administran la escasez de los recursos con miras al largo plazo. Y si al gobierno no se le ocurre regular esto, a nadie le importa. De la misma manera se hace mal uso y se tira papel, plásticos, comida, etc, cuando no se percibe que ese comportamiento, multiplicado por todos los habitantes de una gran ciudad tiene un impacto importante. La combinación de esto y la idea del libre mercado concluye en un resultado explosivo.
Botnia es el paradigma de lo que no hay que hacer. Lamentable caso que no es el único pero que resaltó por diversos motivos relacionados con esta idea del progreso. Voces de asambleístas entrerrianos que se alzaron contra lo que ellos consideran una afrenta a su economía (el turismo y la pesca) y que, acusados de “reaccionarios” al progreso, no desean que esto cambie (para peor). Solo por eso merecen ser escuchados. El “detalle” que sacó a flote el conflicto es una frontera que divide dos Estados, de forma que el gobierno uruguayo no pudo cooptarlos (como sí lo hizo con la población de Fray Bentos) convirtiéndose, peor aún, en un emblema de chauvinismo nacionalista para ambos países. Se burlan de los asambleístas, los tachan de trogloditas, pero nadie hace notar que no necesitamos tanto papel, que ni siquiera es para nosotros, sino para el consumo de los países centrales y que evidentemente la instalación de tremenda planta no resuelve (si no más bien agrava) los problemas económicos, sociales y ecológicos que ya tenemos en la región. De forma análoga vale el razonamiento para la producción de soja en Argentina (en esto sí hemos sido cooptados).
La idea fuerza que propone Alberto Buela es la siguiente:
La tema central radicaría en cambiar el concepto aceptado de progreso, asociado habitualmente como valoración positiva con el de modernidad, el avance de la tecnología, el desarrollo material; en contraposición con lo antiguo, bárbaro, decadente, etc. De esta idea se cuelga el neoliberalismo para justificar la explotación y el uso indiscriminado de recursos (naturales y/o humanos), hablando en términos teóricos con el fin último de acumular capital (ó riqueza).
Lamentablemente las izquierdas no estuvieron a la altura para combatir los destrozos que viene provocando la aplicación de esta idea. Marx no escapó a su época en este punto y siempre estuvo de acuerdo con la idea moderna del progreso. Inmerso en plena era de revoluciones (incluida la industrial), digamos que el desarrollo de las relaciones sociales de producción sería una consecuencia del desarrollo de las condiciones materiales que las permiten y sin ellas no sería posible la revolución ni el socialismo ni nada. La degeneración del comunismo real stalinista en una usina soviética de producción que puso de rodillas por un momento al capitalismo yanqui, sin duda no iba a desentonar, como tampoco la China comunista.
Las socialdemocracias tal vez se acercaban más a la idea liberal de progreso y, en el mejor de los casos se apegaban a una suerte de teoría del “derrame”, en el sentido que el progreso tecnológico iba a permitir a los trabajadores más tiempo de ocio.
Ahora bien, a la vista de los desastres ecológicos y económicos que “El Progreso”, entendido en forma indiscriminada, se ha cargado, las guerras y crímenes que, lejos de haber evitado, ha provocado y por ende las vidas que se ha llevado, ¿vale la pena seguir sosteniéndola? Porque las voces críticas son normalmente acalladas con la etiqueta de “reaccionarios”, es decir aquellos que están en contra del progreso.
Ya se dejan oír razonamientos a partir de determinadas crisis que está generando el progreso. Una de las más típicas es el tema de la energía: independientemente del daño ambiental que hoy por hoy causa el uso de combustibles fósiles, se sabe que si la totalidad de los habitantes aspira a consumir la misma cantidad de energía que un ciudadano promedio del primer mundo, se va todo sencillamente al carajo. A partir de ello se desprende la pregunta ¿es necesario consumir tanto? La respuesta tiene que ser no. Porque no podemos concebir un mundo que funcione solo para el 5% de su población.
Alberto Buela se pregunta:
¿cómo llevar a cabo un progreso siempre necesario para el mayor y mejor confort del ser humano en vista a una mejor y mayor realización de su propia esencia, naturaleza o vocación sin caer en la explotación desmedida de los medios que el mundo le ofrece a la cada vez más desarrollada tecnología del desarrollo para el consumo y la fabricación de productos?
De esto no debe deducirse que haya que frenar el progreso, sino pensarlo de otra manera, reencauzarlo a su idea original de equilibrio, teniendo en cuenta las necesidades cada vez más complejas del ser humano, pero también su medio y, por supuesto, con la idea de equidad siempre presente.
La cuestión del desperdicio también es central. Hay la idea de que si uno puede comprar cualquier cosa, lo usa o no, lo tira, hace lo que quiere, total el mercado regula. Está la costumbre de dejar las luces encendidas aunque no las necesite, porque queda lindo, o porque da sensación de seguridad. Mientras se pague el consumo, no importa. Mejor para las compañías de electricidad, ellos cobran más pero no administran la escasez de los recursos con miras al largo plazo. Y si al gobierno no se le ocurre regular esto, a nadie le importa. De la misma manera se hace mal uso y se tira papel, plásticos, comida, etc, cuando no se percibe que ese comportamiento, multiplicado por todos los habitantes de una gran ciudad tiene un impacto importante. La combinación de esto y la idea del libre mercado concluye en un resultado explosivo.
Botnia es el paradigma de lo que no hay que hacer. Lamentable caso que no es el único pero que resaltó por diversos motivos relacionados con esta idea del progreso. Voces de asambleístas entrerrianos que se alzaron contra lo que ellos consideran una afrenta a su economía (el turismo y la pesca) y que, acusados de “reaccionarios” al progreso, no desean que esto cambie (para peor). Solo por eso merecen ser escuchados. El “detalle” que sacó a flote el conflicto es una frontera que divide dos Estados, de forma que el gobierno uruguayo no pudo cooptarlos (como sí lo hizo con la población de Fray Bentos) convirtiéndose, peor aún, en un emblema de chauvinismo nacionalista para ambos países. Se burlan de los asambleístas, los tachan de trogloditas, pero nadie hace notar que no necesitamos tanto papel, que ni siquiera es para nosotros, sino para el consumo de los países centrales y que evidentemente la instalación de tremenda planta no resuelve (si no más bien agrava) los problemas económicos, sociales y ecológicos que ya tenemos en la región. De forma análoga vale el razonamiento para la producción de soja en Argentina (en esto sí hemos sido cooptados).
La idea fuerza que propone Alberto Buela es la siguiente:
La idea de progreso, según nuestra opinión, tiene que estar vinculada a la idea de equilibrio de los efectos. Progreso en la medida en que las consecuencias o efectos del mismo se equilibran de tal forma que puedo realizar nuevos progresos sin anular los efectos del primero.
2 Comentarios:
Apa. Pavada de temita!!
Es "sociológicamente" interesante la actualidad y orígenes de este fenómeno del consumo capitalista (que a esta altura nos parece algo super natural).
Pero me parece que hay un trasfondo hasta metafísico. El consumo viene a cubrir algún vacío más grande, o algo así. Como esas mujeres que cuando está deprimidas van al Shopping. ¿Qué estaremos queriendo tapar o anestesiar con el progreso?
Además pienso en la muerte de los objetos que pasaban de generación en generación, o de los oficios milenarios que iban de padres a hijos y que ni con todas las normas ISO9000 del mundo podés reproducirlos.
Sí, justamente Alberto Buela reclama un tratamiento más filosófico que socio-económico del tema.
Sobre el tema del consumo, te diré que hay mucho de metafísico. El logos de la modernidad es definitivamente la mercancía, y como decía el viejo Marx en el parágrafo sobre el "fetichismo de la mercancía" (no me canso de recordarlo), tiene la particularidad de contener "sutilezas metafísicas y resabios teológicos". Esta faceta mística, misteriosa, proviene del hecho que logra proyectar ante los hombres el carácter social del trabajo de éstos como si fuese una propiedad del objeto. Esa magia produce definitivamente una fascinación por el consumo de mercancías.
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