martes, mayo 27, 2008

El dilema de los Trenes como reflejo del nuevo capitalismo

El otro día adherí a la propuesta Tren para todos, pero con cierta reserva. Pese a la bronca que pueda generar el discutido proyecto del Tren Bala, considero que no es una opción excluyente al de un sistema de trenes extensivo para las principales regiones del país, vital desde un punto de vista estratégico y de política pública de transportes. Sin duda más urgente que aquel que uniría a las tres ciudades más importantes del país con un tren de alta velocidad. No obstante, insisto, no es que este último no sirva para nada, sobre todo teniendo en cuenta la gran cantidad de movimiento de pasajeros que hay entre Buenos Aires, Rosario y Córdoba. Definitivamente un vehículo de estas características descongestionaría las rutas (terrestres y aéreas). Pero coincidiendo con la mayor importancia relativa del llamado "Tren Para Todos", la pregunta a por qué se privilegia un proyecto y no el otro no puede tener como respuesta exclusivamente la obstinación oficial o el tamaño de la valija que reciba De Vido. Sin duda, Mariano toma el camino correcto en este análisis que publica en Artepolítica. En resumen, se argumenta razonablemente que es más sencillo conseguir financiamiento para un proyecto mucho más lucrativo como el Tren Bala que uno de interés social como el Tren Para Todos, aunque los montos de inversión inicial sean equiparables. Esto forma parte de una lógica capitalista de búsqueda de afán de lucro en combinación con un Estado incapaz de imponer políticas de interés general (las dificultades en torno al asunto de las retenciones del campo son una muestra de eso).

Mi siguiente pregunta es ¿por qué hace medio siglo sí era posible pensar en políticas de interés general sin que ello implique una revolución? Entonces los trenes no eran gran cosa, pero funcionaban y tenían mayor cobertura que hoy. ¿Por qué es tan difícil siquiera recuperar eso?

Pienso en el fin del llamado Estado Benefactor. La caída del muro y el fin de la amenaza soviética desató sin miedo la avidez capitalista. La crisis del petróleo y la consecuente predominancia del capital financiero por sobre los otros, el Consenso de Washington (que sigue vigente por aquí en gran medida pese a la onda "progre" de los gobiernos latinoamericanos), el abandono del modelo económico keynesiano como integrador social, como generador de alianza entre el sector productivo y el asalariado. En definitiva, el neoliberalismo es la aparición de un nuevo capitalismo que no necesita de esta alianza, que funciona con la producción de mercancías para muchos menos consumidores que los que necesitaba el modelo productivo anterior, con una exacerbación de la división internacional del trabajo, la globalización y la pérdida de interés en el bienestar de los compatriotas (no porque antes eran más buenos, sino porque eran sus consumidores).

El Estado Benefactor funcionaba como pacto entre clases ante la amenaza de "algo peor", es decir que el capital "cedía" una porción de sus potenciales ganancias en pos de conseguir el "consenso", la paz social que le permitiera funcionar sin mayores sobresaltos y con previsibilidad. La eliminación de esa amenaza hizo innecesario ese pacto y el Estado Benefactor.

El Tren Bala entonces es la expresión de este capitalismo de hoy, el que funciona para unos pocos, los que pueden viajar en avión o subirse a un auto para ir hasta Rosario o Córdoba. Ese grupo de consumidores garantiza, a los ojos de los inversores, un rápido y seguro retorno con buenos intereses, favoreciendo el financiamiento de este tipo de proyectos y para el gobierno endeudarse con un interés de menor riesgo que para un proyecto de función social (la mentira del "desarrollo sustentable") y si todo sale bien sacarse una foto arrancando la locomotora super moderna en unos años. La ecuación se completa con un operador privado que hará jugosas ganancias siempre jugando al filo de las normativas de seguridad, blandamente controlado por un Estado chiquito, sin mayores exigencias con la excusa de garantizar la rentabilidad (Triste tragedia la de Cristina, cuya frase entre las más resonantes de su discurso de asunción fue "no seré gendarme de la rentabilidad de los empresarios" y hasta ahora eso es lo único que ha podido hacer firmando el proyecto del Tren Bala como única obra pública de envergadura anunciada, y lo que terminará haciendo si "el campo" le llega a torcer el brazo)

El Tren para Todos es una propuesta loable y razonable en cuanto a sus costos iniciales (comparando con el del Tren Bala), pero su ejecución es compleja por su extensión y los costos operativos seguramente son demasiado elevados para el retorno que se espera. Y el Estado no está dispuesto a asumir ese costo de beneficio social. Por ahora, las privatizaciones de los 90 representaron un punto de no retorno, la reestatización de Aguas y de algún ramal de ferrocarril son solo medidas defensivas ante el escándalo de una pésima gestión privada. No hay interés (ni del gobierno ni de la gran mayoría de la ciudadanía) en tomar las riendas de los sectores estratégicos (energía, transportes, salud, educación, etc) desde el Estado.

Entonces se presenta la paradoja de un Estado interpelado a realizar obras de infraestructura para "todos" pero que sea eficiente y ahorrativo con los recursos. Y estos días, un sector de la elite defiende con uñas y dientes la porción de sobreganancia que el Estado quiere apropiarse, ante la pasividad o, en el mejor de los casos, la "perplejidad" de los otros sectores sociales, como si fuera un problema lejano, y en el peor de los casos, ante la efusiva defensa de intereses ajenos. El Capital no está dispuesto a ceder ni un peso más de su sobrerrenta. Ha puesto el límite. Y con lo que tenemos, hacemos el Tren Bala o no hacemos nada.

2 Comentarios:

Anonymous Anónimo espetó...

maxD: te agradezco el comentario sobre mi entrada en artepolítica, aparte de que tu interpretación de la misma se ajusta muy bien a lo que quise decir. Me había quedado la sensación de no haber sido claro en la exposición.
Mi visión es que el capitalismo ha generado sus propios mecanismos de defensa, que se ponen en funcionamiento ante la amenaza a que se cumpla su propia condición de posibilidad: la acumulación. El keynesianismo, tal vez, haya sido funcional en una etapa en que justamente sucedía eso (la acumulaci{on estaba amenazada). Hoy el desafío, creo, pasa por avanzar en la infiltración de la propia gestión de los privados: modificar las pautas de la contabilidad, por ejemplo, obligando a la incorporación de la Responsabilidad Social Empresaria, colocando como activos las inversiones que se hagan en la materia. Creo que, en el actual contexto, ya no sirve pensar al Estado como el bombero que se hace cargo de todo lo que los privados no quieren asumir porque no da rentabilidad. El Estado tiene que suplir su falta de fortaleza para regular "por arriba", con regulación "desde adentro". No sé si es claro el concepto: hay que atacar por el lado de la propia racionalidad económica. hay que poner en juego el propio conceptos de rentabilidad. Hay que empezar a redefinir qué es realmente rentable y comprometer en ello al capital.
Un abrazo

28/5/08 11:04  
Blogger MaxD espetó...

Mariano,

Gracias por tu visita y comentario. Lo que decís suena muy moderno y "escandinavo". Creo que las socialdemocracias actuales apuntan a ese tipo de regulación. Pero el Estado no es débil, los impuestos son altos y progresivos y los contribuyentes creen que ese sistema funciona. Por eso el presidente de Botnia se hace el canchero y toma agua del lago al que vierte una pastera en Finlandia pero acá enfrente ya tuvieron varios accidentes e incidentes y "ni mu", los chiflados con los de Gualeguaychú. Estaría bueno ir en camino de eso, pero el desmantelamiento estatal de los 90 fue brutal y resultó un paso atrás que el Estado "Elefante" que regulaba por arriba. Igual vale lo que decís como para refrescar otras opciones a las conocidas por aquí.

29/5/08 13:35  

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