Notas sobre la cuestión Civilización y Barbarie II
Si bien el texto de marras para Revista Axolotl ya está bien cocido, calentito y en el horno a la espera de la edición final, este asunto de la dicotomía Civilización y Barbarie sigue rondándome. Hace un par de semanas me encontré con este artículo donde uno de los entrevistados (Carles Freixa, español, doctor en antropología y profesor de la Universidad de Lleida) coloca este eje en dirección generacional:
Del mismo modo que otras dimensiones de este mismo eje, la diferencia entre el civilizado y el bárbaro se cristaliza, como si uno no tuviera nada que ver con el otro. El otro es el extraño, no lo conozco ni lo quiero conocer, al menos hasta que pueda "civilizarlo", para entonces ya no será bárbaro ni "otro", sino uno de nosotros. Pero si no logro civilizarlo, me lo tengo que comer crudo (ya veremos esto más adelante). Es particularmente trágico ver como tratamos a los menores como ajenos, los desconocemos, como si nunca hubiéramos sido niños o adolescentes. Como si no entendiésemos que ellos absorben lo que refleja el mundo adulto, exacerbado por las características de un ser en crecimiento con los típicos desfasajes entre el aprendizaje de su entorno y el procesamiento que requiere, el cual solo se concreta con el tiempo y la maduración respectiva. En definitiva, ellos serán nosotros en el futuro. Encerrarlos para civilizarlos o si no se puede terminar de barbarizarlos (para lograr su pronta defunción) es encerrarse a sí mismo y suicidarse. Si tanto miedo le tenemos a nuestros jóvenes, más deberíamos atemorizarnos de nosotros mismos.
Hay una separación radical entre nosotros, los adultos, que somos los civilizados, y los jóvenes. El viejo debate entre la civilización y barbarie, que en este caso es generacional (...) Somos los adultos contra los menores.Es un modo interesante de abordar el problemático tema de la marginalidad y los menores ... y el remanido debate de la imputabilidad de los menores.
Del mismo modo que otras dimensiones de este mismo eje, la diferencia entre el civilizado y el bárbaro se cristaliza, como si uno no tuviera nada que ver con el otro. El otro es el extraño, no lo conozco ni lo quiero conocer, al menos hasta que pueda "civilizarlo", para entonces ya no será bárbaro ni "otro", sino uno de nosotros. Pero si no logro civilizarlo, me lo tengo que comer crudo (ya veremos esto más adelante). Es particularmente trágico ver como tratamos a los menores como ajenos, los desconocemos, como si nunca hubiéramos sido niños o adolescentes. Como si no entendiésemos que ellos absorben lo que refleja el mundo adulto, exacerbado por las características de un ser en crecimiento con los típicos desfasajes entre el aprendizaje de su entorno y el procesamiento que requiere, el cual solo se concreta con el tiempo y la maduración respectiva. En definitiva, ellos serán nosotros en el futuro. Encerrarlos para civilizarlos o si no se puede terminar de barbarizarlos (para lograr su pronta defunción) es encerrarse a sí mismo y suicidarse. Si tanto miedo le tenemos a nuestros jóvenes, más deberíamos atemorizarnos de nosotros mismos.
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