lunes, febrero 08, 2010

La dura vida del animal político

Parece que las carótidas son el talón de aquiles del animal político. Más allá de tendencias genéticas, sin duda la responsabilidad del animal político en la arena pública conlleva presiones muy difíciles de manejar y de descomprimir. Incluso en vacaciones o en el descanso semanal, el animal político sigue siendo un animal político. Aunque duerma, lo hace con un ojo abierto y el oído atento, agazapado pero listo para actuar y salir al ruedo ante el más mínimo movimiento.

Distinto del humano de a pie que, mal que mal, logra desconectarse cada tanto de su vida laboral, cortar con cierta rutina (ese es su karma), desentenderse de un mundo que no lo está mirando e interpelando todo el tiempo.

Distinto del bicho de banco que supo procurarse sesiones de yoga, clases de teatro y abonos a CNN para sobrellevar la independencia y autonomía que le brinda la caja de cristal que lo mantiene a resguardo del animal político.

Eso sí, el animal político, si sobrevive, puede contemplar satisfecho sus particulares cicatrices: las que le quedaron en cuerpo y alma, y las que dejó en los libros. Los otros a lo sumo recogerán un anecdotario para entretener a los nietos en las noches de Navidad.

Son pocos los que se animan a aventurarse en la arena pública, pero lo hacen aún frente al oprobio del hombre de a pie y a la asepsia del bicho de banco. Y esa actitud es digna de admirar.