viernes, septiembre 08, 2006

Sobre historia y literatura

En la misma línea de la discusión de la nota sobre Roca, me encontré con un artículo interesante en el Radar Libros: La historia de la ficción, del escritor estadounidense E. L. Doctorow.

El artículo hace un pantallazo de las influencias que la literatura ha tenido en nuestra percepción de la historia, por ejemplo en los casos de la Guerra de Troya relatada por Homero, de la cual pocas evidencias hay hoy de que efectivamente haya existido; el Ricardo III relatado por Sheakspeare, que lo dejó con una imagen deplorable y el Napoleón de Tolstoi, que lo pinta medio ridículo físicamente.

Respecto a Homero, se trataba de una época en que los relatos funcionaban como un mecanismo de transmitir conocimiento de todo tipo, de hecho las mitologías denotan una cosmovisión y las tragedias dan cuenta de las normas que regían la época, los castigos divinos representaban la forma de la ley. Con Sheakespeare ocurre que quedó inmortalizado himself y sus poderosos relatos, pero en su época ya se percibía una separación entre lo fáctico percibido a través de la observación directa y la narración, plausible de fantasía.

Hoy solo los niños creen en los cuentos: creen que son ciertos por el hecho que se los cuentan y punto. Los niños y los fundamentalistas. Esto da cuenta de los dos mil años de decadencia de la autoridad de la narración

(El subrayado es mío)

Frase filosa de doble filo (ya que estamos cortando textos) porque denosta tanto a aquellos que se creen lo que leen, como denuncia el moderno descrédito de una forma determinada de contar las cosas. Pero podrían ser las caras de una misma moneda (o filos de un mismo cuchillo).

La “muerte de Dios” quitó a los escritores el status de revelación divina, sin embargo:

Común a todos los grandes practicantes del arte de la narrativa en el siglo XIX es la creencia en el poder de la ficción como sistema legítimo de conocimiento. Mientras que el escritor de ficción, o de cualquier otra forma, puede ser visto como un transgresor arrogante, no es más que un conservador del sistema antiguo en su arte de organizar y compilar el conocimiento que llamamos relato. En su corazón, el narrador pertenece a la Edad de Bronce, y en definitiva vive gracias a ese discurso total que antecede a los vocabularios especiales de la inteligencia moderna.


Pero lo más sustancial para mí viene en el último apartado de la nota:

¿Qué papel desempeñan en todo esto los auténticos historiadores? (…) todos los narradores guardan entre sí un parecido natural, sea cual fuere su vocación o profesión.

Roland Barthes, en un ensayo titulado “Discurso histórico”, concluye que el tropo estilístico de la narrativa histórica, la voz objetiva, “se vuelve una forma particular de ficción”. En la medida en que todo texto tiene una voz, la voz impersonal, objetiva del historiador narrativo es su marca de fábrica. La presunción de factualidad subyace a toda la documentación que han sabido reunir, y entonces a esa voz le creemos. Es la voz de la autoridad.

Pero ser conclusivamente objetivo es no tener identidad cultural, es existir en una soledad existencial, como si no se tuviera un lugar en el mundo. Las investigaciones históricas cuentan con muchas fuentes, pero deben decidir qué es relevante y qué no, para que cumplan sus propios fines. Deberíamos reconocer el grado de creatividad de esta profesión, que va más allá de la inteligencia y la erudición. “No hay hechos en sí mismos”, decía el viejo y peludo Nietzsche. “Para que un hecho exista, antes debemos darle significado.” La historiografía, como la ficción, organiza sus datos, para enfatizar significados. La matriz cultural en la que trabaja el autor condiciona siempre su pensamiento.

(…)

El historiador y el novelista trabajan para deconstruir las visiones compuestas y tradicionalmente transmitidas de sus sociedades. El historiador erudito lo hace gradualmente, el novelista más abruptamente, con sus imperdonables (pero excitantes) transgresiones, mientras escribe y va trazando su camino adentro, alrededor y por debajo de la obra de los historiadores, animándola con las palabras que se convierten en la carne y la sangre de gente que vive y que siente.

(…)

¿A qué escritor, de cualquier género, no le gustaría ver y penetrar en lo oculto e invisible?

(El subrayado y la negrita son míos, no vale hacer chistes con lo de “negrita”)

La historia es entonces un relato estructurado para interpretar de una determinada manera una serie de sucesos; darle significado, mediante la interpretación, a esa maraña de documentos y datos (muchas veces recolectados por otros observadores) que sueltos no tienen vida. Cómo los organiza, qué datos/documentos toma y cuales deja de lado para la narración histórica conlleva una intencionalidad y una determinación histórico-social. Algunos lo harán con honestidad intelectual, otros no tanto, pero ninguno puede blandir la bandera de la pulcra objetividad, sería iluso o deshonesto hacerlo.

Por parte del lector está el papel de suspender la incredulidad (fundamental para poder disfrutar plenamente de la ficción) y comerse el paquete entero o de hacerlo solo provisional y cautelosamente teniendo en cuenta estos determinantes y la honestidad del narrador para tomarlo como válido para sí. Mejor si genera una (re)interpretación propia, algo muy difícil, aunque no imposible, de lograr.

4 Comentarios:

Blogger Natalia J. espetó...

n soy niña ni fundamentalista, pero creo en los cuentos (sobre todo en los de mi ex). Tendré una mezcla se ambos? seré simplemente un caso extraño de credulidad y masoquismo??

saludos!

9/9/06 11:30  
Blogger MaxD espetó...

gracias por tu visita!

la sabiduría estría en cuando soltar la credulidad y cuando retenerla... pero a veces mejor no enterarse (¿x ejemplo lo de tu ex?), a veces ni siquiera es bueno llegar al momento socrático de enterarse justamente que uno no sabe nada (ahí entra el masoquismo)

9/9/06 23:40  
Anonymous Anónimo espetó...

Interesante. La otra vuelta en una charla, el escritor Chernov aventuraba una teoría que me sonó bastante piola. Decía que en los últimos (¿100?) años los autores aprovechan que la gente cree a rajatabla en lo escrito en estilo científico. Si no hay floreos y hay una intención científica, uno tiende a creer más lo que le están diciendo, aunque sea ciencia ficción dura y nos expliquen que habitamos marte el año que viene.
Del mismo modo, se me ocurre, la novela histórica va al filo del bolazo con cierta autoridad que le da el tono.

11/9/06 10:26  
Blogger MaxD espetó...

Bien notado. Ese es el logos vigente, la ciega creencia en lo sagrado se traslada de lo divino a lo científico, sigue siendo un dogma pero pintado como "ciencia"... = "Lo verdadero, lo real"

11/9/06 12:07  

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