Marginalidad y Miedo
Cristian Alarcón es quizás el mejor periodista argentino sobre temas de exclusión y marginalidad en centros urbanos (sino el único), y hace unos días P12 publicó un reportaje que le hizo a Gabriel Kessler, sociólogo que ha estudiado los mecanismos del temor. De esta combinación salió un texto impecable que recomiendo leer en toda su extensión. Al margen de esto, cuando se crucen con una nota de Cristian Alarcón, no dejen de leerla.
Yendo un poco hacia atrás periodísticamente, Cristian Alarcón viene siguiendo el tema de los narcos peruanos en Argentina y particularmente en las villas. Incluso ha viajado a Perú para estudiar la situación allí. Mediáticamente este tema tuvo un pico de tensión cuando la gendarmería allanó la villa 1.11.14 (Bajo Flores) con la intención de capturar a los jefes de estas bandas narcos que ya habían ocupado los espacios de poder de la villa. El operativo fue un fracaso, un poco por mala suerte y otro poco porque no tenía muchas posibilidades de éxito como intervención aislada en un territorio abandonado por el Estado en el corazón de la Capital Federal. Por otra parte también se ha detectado que el alcance de estas bandas ha llegado a salir de las villas para realizar, al menos, algunos ajustes de cuentas.
Hace un par de días Cristian Alarcón salió al aire en el programa de Jorge Halperín y charlaron sobre estos temas. Explicó cómo el extremo proceso de marginalización a partir de 1993 afectó, claro está, a las villas de emergencia, precarizando aún más su ya deteriorada situación. Es así que las bandas de narcotraficantes lograron instalarse allí desplazando a otros grupos (por ejemplo a los paraguayos). Hasta entonces Argentina era un país con una baja intensidad en el nivel de tráfico de drogas, esto ya no es más así, y una de estas consecuencias es el copamiento de las villas por estas bandas, pero a no alarmarse tanto, quienes más lo sufren son sus propios habitantes. El Estado los ha abandonado a la buena de nadie y, en el mejor de los casos, tienen el amparo de grupos piqueteros que al menos les da cohesión, canalización de demandas y alguna contención. Las bandas narcos han podido instalarse fácilmente justamente donde no prevalecieron estos grupos piqueteros. El abandono es tal que incluso las bandas narcos imponen su propia justicia. La policía no toma las denuncias ni interviene, es entonces que el narco aparece a poner orden en su territorio solo cuando la situación está yéndose de madre.
Estamos lejos aún de la situación de ciudades extremadamente violentas como San Pablo, Guayaquil o Medellín, pero mientras el Estado siga dejando a amplios sectores de la población en estado absoluto de abandono nos iremos acercando. Pero no olvidar que los que primero más la sufren son los marginalizados, los pobres, los excluidos, aquellos que no queremos ver, a veces por miedo de clase media, por acusarlos a ellos mismos de la violencia de la que son objeto y de la sufre toda la sociedad. Justamente ayer Artemio López publica en Ramble una nota que pone alarma sobre el marcado deterioro de la distribución del ingreso en la Ciudad de Buenos Aires, hoy por hoy, el distrito más inequitativo del país.
Respecto a los temores por la inseguridad, Kessler dice que las percepciones actuales son habitualmente de corta temporalidad, usualmente una década, es por eso que se tiene la sensación que “antes estábamos mejor”, aunque en realidad, hace diez años decíamos lo mismo. Lo que cambió en las últimas dos décadas es que los habitantes de clase media y media alta comienzan a tener miedo y con eso se consigue una instalación mediática y de agenda pública central.
También puede verse que los distintos miedos tienen diferentes cortes sociales y geográficos:
El miedo es esencialmente comparativo, en relación a cómo era la situación anterior y en relación a una situación idealizada. En ciudades más chicas, ciertos miedos se ven apaciguados cuando tienen noticias del nivel de violencia de ciudades grandes, es decir “acá no es tan terrible como allá”; pero persiste el miedo correspondiente a la llamada hipótesis de contagio, esto es, que el delito migre hacia el interior del país.
En las ciudades grandes es más fuerte la hipótesis de heterofobia: miedo o al menos desconfianza hacia el extraño, al distinto, al extranjero, al que llega, al nuevo, etc. Las dinámicas demográficas intensas agudizan este fenómeno y según el sociólogo son particularmente notorios entre los sectores bajos y los altos, en distintos esquemas.
El temor está fuertemente influido por determinados hechos locales, territorializados, y eso termina definiendo la agenda pública de seguridad, junto con lo que los medios erijan como “ola de inseguridad”.
Durante mucho tiempo la agenda de seguridad estuvo estrechamente centrada en el llamado microdelito urbano, con claro corte social, donde la causa se relacionaba fundamentalmente con sectores marginalizados, como los de la villa 1.11.14 que se mencionó más arriba y donde el estereotipo de delincuente se caracterizaba como jóven, varón y morocho.
En recientes años aparecieron otros temas de seguridad: en relación al transporte, a los patovicas, a la policía, al medio ambiente, al tránsito, etc. En el interior está muy presente el temor al poder (el caso María Soledad sería el arquetipo). Queda todavía pendiente el registro de otro tipo de inseguridades: por ejemplo las relacionadas con el delito de “cuello blanco”.
Sobre el delito juvenil y las políticas blumberistas hay afirmaciones muy interesantes:
Haría falta un estudio detallado de la heterogeneidad del delito, porque no es lo mismo un pibe chorro que hace changas y un “profesional” que se dedica a delitos complejos. Incluso dentro del delito juvenil hay formas heterogéneas que van mutando a lo largo del tiempo.
En comunidades integradas es posible una baja estigmatización del delito juvenil, gracias a lo que el sociólogo llama lógica de provisiones, esto es aceptar que determinados pares deben alternar entre prácticas legales e ilegales para subsistir. No es que sean deseadas pero sí aceptadas y esto al menos mantiene lazos que podrían dar buenos efectos con determinadas políticas de integración comunitaria.
También introduce la idea de “dosificación de la violencia”. Los pibes y los atrevidos son los que pueden hacer cualquier cosa, no saben dosificar la violencia, como así también los cachivaches y los mamarrachos, luego vienen los pibes grandes (treintañeros) que empiezan a aprender a dosificar la violencia. Pero los históricos son la gente grande o respetable, los profesionales y por encima de todos están los dinosaurios. Esta idea de dosificación es importante en el sentido de tener capacidad de regular la violencia y conseguir mantener cierto control sobre los de abajo para mantener el barrio en paz, más aún si se desea encarar estrategias de socialización por integración comunitaria.
Verán que el tema del delito, los temores, las inseguridades tiene cierta complejidad y puede estudiarse con seriedad, aunque le pese a algunos opinadores. Lo que seguro nos hace daño como sociedad, son las cadenas de solidaridad que se han roto, la segmentación de las comunidades, los distanciamientos cada vez mayores entre sectores sociales. Esto recorta las posibilidades de diálogo y distancia a estos sectores, la heterofobia hace estragos y los miedos, las desconfianzas y las broncas mutuas terminan por configurar un escenario para nada auspicioso, una fórmula apta para una escalada de violencia, que si bien tiene tendencias de aumento a largo plazo, aún no está en los niveles que estiman aquellos opinadores.
Yendo un poco hacia atrás periodísticamente, Cristian Alarcón viene siguiendo el tema de los narcos peruanos en Argentina y particularmente en las villas. Incluso ha viajado a Perú para estudiar la situación allí. Mediáticamente este tema tuvo un pico de tensión cuando la gendarmería allanó la villa 1.11.14 (Bajo Flores) con la intención de capturar a los jefes de estas bandas narcos que ya habían ocupado los espacios de poder de la villa. El operativo fue un fracaso, un poco por mala suerte y otro poco porque no tenía muchas posibilidades de éxito como intervención aislada en un territorio abandonado por el Estado en el corazón de la Capital Federal. Por otra parte también se ha detectado que el alcance de estas bandas ha llegado a salir de las villas para realizar, al menos, algunos ajustes de cuentas.
Hace un par de días Cristian Alarcón salió al aire en el programa de Jorge Halperín y charlaron sobre estos temas. Explicó cómo el extremo proceso de marginalización a partir de 1993 afectó, claro está, a las villas de emergencia, precarizando aún más su ya deteriorada situación. Es así que las bandas de narcotraficantes lograron instalarse allí desplazando a otros grupos (por ejemplo a los paraguayos). Hasta entonces Argentina era un país con una baja intensidad en el nivel de tráfico de drogas, esto ya no es más así, y una de estas consecuencias es el copamiento de las villas por estas bandas, pero a no alarmarse tanto, quienes más lo sufren son sus propios habitantes. El Estado los ha abandonado a la buena de nadie y, en el mejor de los casos, tienen el amparo de grupos piqueteros que al menos les da cohesión, canalización de demandas y alguna contención. Las bandas narcos han podido instalarse fácilmente justamente donde no prevalecieron estos grupos piqueteros. El abandono es tal que incluso las bandas narcos imponen su propia justicia. La policía no toma las denuncias ni interviene, es entonces que el narco aparece a poner orden en su territorio solo cuando la situación está yéndose de madre.
Estamos lejos aún de la situación de ciudades extremadamente violentas como San Pablo, Guayaquil o Medellín, pero mientras el Estado siga dejando a amplios sectores de la población en estado absoluto de abandono nos iremos acercando. Pero no olvidar que los que primero más la sufren son los marginalizados, los pobres, los excluidos, aquellos que no queremos ver, a veces por miedo de clase media, por acusarlos a ellos mismos de la violencia de la que son objeto y de la sufre toda la sociedad. Justamente ayer Artemio López publica en Ramble una nota que pone alarma sobre el marcado deterioro de la distribución del ingreso en la Ciudad de Buenos Aires, hoy por hoy, el distrito más inequitativo del país.
Respecto a los temores por la inseguridad, Kessler dice que las percepciones actuales son habitualmente de corta temporalidad, usualmente una década, es por eso que se tiene la sensación que “antes estábamos mejor”, aunque en realidad, hace diez años decíamos lo mismo. Lo que cambió en las últimas dos décadas es que los habitantes de clase media y media alta comienzan a tener miedo y con eso se consigue una instalación mediática y de agenda pública central.
También puede verse que los distintos miedos tienen diferentes cortes sociales y geográficos:
–¿A qué se le tiene más miedo?
–Hay temores compartidos y otros que están cruzados por clase, por sexo, y por edad. Sin lugar a dudas, lo que está detrás de todo es el temor al ataque físico. Y lo que aparece muy fuerte es el temor al ataque sexual. Hicimos trabajos en distintas ciudades para ver cómo la escala poblacional influía en el tipo de temor. Lo interesante es que a cada escala poblacional hay una cultura local de seguridad. Para decirlo de una manera general, en el Gran Buenos Aires hay temor sobre todo a que te maten, en Capital Federal al robo violento. En Córdoba a que entren a tu casa y a que no se traslade la “inseguridad” del Gran Buenos Aires a Córdoba. En ciudades pequeñas, el robo de la casa mientras no están en ella. Y en pueblos o ciudades muy pequeñas, el robo de las gallinas. Es decir cada escala poblacional tiene un techo en sus temores.
El miedo es esencialmente comparativo, en relación a cómo era la situación anterior y en relación a una situación idealizada. En ciudades más chicas, ciertos miedos se ven apaciguados cuando tienen noticias del nivel de violencia de ciudades grandes, es decir “acá no es tan terrible como allá”; pero persiste el miedo correspondiente a la llamada hipótesis de contagio, esto es, que el delito migre hacia el interior del país.
En las ciudades grandes es más fuerte la hipótesis de heterofobia: miedo o al menos desconfianza hacia el extraño, al distinto, al extranjero, al que llega, al nuevo, etc. Las dinámicas demográficas intensas agudizan este fenómeno y según el sociólogo son particularmente notorios entre los sectores bajos y los altos, en distintos esquemas.
El temor está fuertemente influido por determinados hechos locales, territorializados, y eso termina definiendo la agenda pública de seguridad, junto con lo que los medios erijan como “ola de inseguridad”.
Durante mucho tiempo la agenda de seguridad estuvo estrechamente centrada en el llamado microdelito urbano, con claro corte social, donde la causa se relacionaba fundamentalmente con sectores marginalizados, como los de la villa 1.11.14 que se mencionó más arriba y donde el estereotipo de delincuente se caracterizaba como jóven, varón y morocho.
En recientes años aparecieron otros temas de seguridad: en relación al transporte, a los patovicas, a la policía, al medio ambiente, al tránsito, etc. En el interior está muy presente el temor al poder (el caso María Soledad sería el arquetipo). Queda todavía pendiente el registro de otro tipo de inseguridades: por ejemplo las relacionadas con el delito de “cuello blanco”.
Sobre el delito juvenil y las políticas blumberistas hay afirmaciones muy interesantes:
(…) Hay investigaciones muy rigurosas que se hicieron sobre los jóvenes que muestran que cometer un delito en la juventud de ningún modo implica cometerlo en la adultez (…)Porque si cometer un delito no obliga a ser delincuente toda la vida, entrar a los vericuetos de los circuitos de internación consolida: hace la profecía autorrealizada.
Haría falta un estudio detallado de la heterogeneidad del delito, porque no es lo mismo un pibe chorro que hace changas y un “profesional” que se dedica a delitos complejos. Incluso dentro del delito juvenil hay formas heterogéneas que van mutando a lo largo del tiempo.
En comunidades integradas es posible una baja estigmatización del delito juvenil, gracias a lo que el sociólogo llama lógica de provisiones, esto es aceptar que determinados pares deben alternar entre prácticas legales e ilegales para subsistir. No es que sean deseadas pero sí aceptadas y esto al menos mantiene lazos que podrían dar buenos efectos con determinadas políticas de integración comunitaria.
También introduce la idea de “dosificación de la violencia”. Los pibes y los atrevidos son los que pueden hacer cualquier cosa, no saben dosificar la violencia, como así también los cachivaches y los mamarrachos, luego vienen los pibes grandes (treintañeros) que empiezan a aprender a dosificar la violencia. Pero los históricos son la gente grande o respetable, los profesionales y por encima de todos están los dinosaurios. Esta idea de dosificación es importante en el sentido de tener capacidad de regular la violencia y conseguir mantener cierto control sobre los de abajo para mantener el barrio en paz, más aún si se desea encarar estrategias de socialización por integración comunitaria.
Verán que el tema del delito, los temores, las inseguridades tiene cierta complejidad y puede estudiarse con seriedad, aunque le pese a algunos opinadores. Lo que seguro nos hace daño como sociedad, son las cadenas de solidaridad que se han roto, la segmentación de las comunidades, los distanciamientos cada vez mayores entre sectores sociales. Esto recorta las posibilidades de diálogo y distancia a estos sectores, la heterofobia hace estragos y los miedos, las desconfianzas y las broncas mutuas terminan por configurar un escenario para nada auspicioso, una fórmula apta para una escalada de violencia, que si bien tiene tendencias de aumento a largo plazo, aún no está en los niveles que estiman aquellos opinadores.
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