Los Cuerpos y el Poder

Ya es de público conocimiento que la Corte Suprema bonaerense finalmente resolvió que no es punible el aborto de la chica violada. Luego hubo un dictamen del comité de bioética del hospital, mediante el cual se negaba a realizar la operación dado el estado avanzado del embarazo. Tanto insistieron en que no habían recibido presiones para tomar esta decisión que es realmente creíble que sí las tuvieron. Incluso la forma de presentar el cuestionamiento: expresando que “en el feto se verifican latidos, movimientos y eso, técnicamente, significa que no sería un aborto sino un parto inducido”. Olvidan decir que hace cuatro semanas también tenía latidos y movimientos.

El lobby eclesiástico gano la pulseada. Primero logró instalar el tema, judicializándolo con argumentos religiosos, cuando el código penal claramente indica que el aborto terapéutico no es punible en este caso. Ganaron tiempo, se lo sacaron a la chica y a su familia, exponiéndolos, además, públicamente. Llevó el caso muy lejos, hasta la Corte de la provincia, quien les devolvió la papa bien caliente un mes después, con los ojos de toda la opinión pública encima, y una muy airada discusión.

Por un lado está la cuestión de fondo, esto es tomar una postura en relación al aborto en general. Discusión que merece serios y largos debates. No creo que alguien se pronuncie positivamente como “a favor del aborto”, esa afirmación es una trampa, estamos de acuerdo que no es una decisión agradable ni deseable, asimismo me parece una canallada comparar un asesinato violento de esos que vemos en policiales, con un aborto clandestino realizado por una mujer desesperada. Yo no considero que pueda arrogarme el derecho de decidir sobre lo que pasa adentro del cuerpo de una mujer. Sí puedo opinar y sugerir, pero no juzgar. Tenemos una variante de casos con argumentos atendibles: violaciones, abusos, enfermedades, situaciones sociales extremas, etc. De estos casos potenciales para interrupción de embarazo, la gran mayoría son punibles, con lo cual, o no se hacen, o se hacen en forma clandestina (recordar que la principal causa de muerte entre mujeres jóvenes está relacionado con estas prácticas). De los otros, de aquellos donde la nena se mandó la picardía o la señora que considera que en realidad no tiene tiempo para criar más chicos, también son punibles, pero se hacen en clínicas privadas con toda la seguridad y atención… y sin jueces que se metan.

Pero en este caso particular no hacía falta meterse en la cuestión de fondo, hasta que se judicializó y después se desjudicializó justo en el momento que la violación está más cerca de la imagen (instalada) de un niño feliz corriendo por los parques que de la violación en sí.

Hace un par de semanas se publicó una carta del rector de la Universidad Católica de La Plata en la cual se ofrecía a adoptar el niño que iba a nacer. Para mí, haciendo gala de importante cinismo, este señor se ofrece a criar a un niño por el solo hecho de expresar públicamente su posición en contra de la interrupción del embarazo. Es decir que usa a la chica violada, a su familia, a su potencial hijo y a nuestra sensibilidad para plantear una posición política. Este mismo señor, luego de conocer el fallo de la Corte bonaerense, le envía una carta documento al director del hospital, indicándole que “cualquier maniobra para interrumpir el embarazo sería ilegal (artículo 86 del Código Penal), por lo que usted y los demás médicos que intervengan resultarían objetivamente responsables de los delitos que pudieran cometerse. Por nuestra parte, accionaremos en consecuencia” (ver aquí). Entonces lo que en principio parecía una muestra de afecto desinteresado, torna en amenaza.

Sin querer que se ofenda Michel Foucault (por si no lo entendí bien), aquí tenemos una muestra de cómo el poder discurre y fluye por los cuerpos. Primero se le metió a esta chica con el abuso del “tío Luis”, que se le subió encima para enseñarle “el amor”, luego cuando la familia intenta hacer algo legal para mitigar esta primera violencia, una jueza, aduciendo cuestiones religiosas se mete nuevamente en su cuerpo para hacerle sentir el poder de la ley, también pasa por su útero la Corte de Casación; y la Corte Suprema no se la regala, dado que algunos jueces votaron que consideraban no habría mayor daño para la chica si continuaba el embarazo. Todos se metieron en su cuerpo y le hicieron sentir su poder. Y también el rector, que le manosea la panza ya hinchada para decir que se haría cargo de un niño sin rostro, que todavía no existe, que todavía es parte de ella, de su cuerpo; y para que nunca olvide que ser mujer es así, bancarse el mandato divino de parir con dolor.

Esto me remite a algo que leí hace poco sobre esas cosas terribles que pasan (no muy) lejos. Y es la realidad que viven en Guatemala, donde en los últimos seis años fueron asesinadas más de tres mil mujeres (340 en lo que va del presente año), la mayoría de manera extremadamente violenta: violadas y/o mutiladas previamente. Las que sobreviven, quedan con lesiones y con amenazas constantes. Este femicidio es también un instrumento de control sobre el cuerpo de las mujeres, que intentan ganarse espacio en una sociedad machista que no se los permite (ver aquí).

Salvando las distancias en una y otra circunstancia, creo que sí, que estamos ante esta situación de lucha por el control del poder sobre los cuerpos de las mujeres.