Violencia política en argentina: La antesala del infierno
En mi búsqueda por comprender un poco más nuestra historia reciente me encontré con un librito de Juan Carlos Marín (Los Hechos Armados, Ediciones PICASO / La Rosa Blindada, 2003, Buenos Aires). Leí algo de este autor en una materia de la facultad, aunque mucho no me atrapó. Tiempo después, otro profesor al que tengo mucha estima (Alejandro Horowicz) me recomendó esta lectura ante mi consulta.
El libro es una prolija investigación sobre lo que el autor define como “hechos armados” dentro del periodo comprendido entre mayo de 1973 y marzo de 1976. Esto es, pleno gobierno constitucional. Y lo que podemos llamar la Antesala del Infierno está conceptualizado como “(…) de una acumulación primaria de lo que en su reproducción ampliada constituiría posteriormente el último y más descomunal genocidio ocurrido en nuestro país (1976/83),” (p. 24). Este es el único trabajo documentado sobre el periodo de violencia previo al golpe de estado. Hay una recopilación de absolutamente todos los casos de violencia (en total 8.509 hechos armados). Según un cuidado análisis desmenuza y cruza esta base de datos según diversos criterios para conseguir sus respuestas.
Encontraremos que se trata de una investigación de tipo explicativa que intenta (y creo que lo logra) demostrar la hipótesis de que lo que en apariencia comenzó como una lucha antisubversiva trastocó directamente en una aniquilación de cuadros opositores, entendido como resolución de una etapa de lucha de clases, sacando del centro del debate a la llamada Teoría de los dos demonios. El marco teórico se alimenta de la teoría marxista y de la obra de Karl Von Klausewitz (uno de los más importantes estudiosos de la guerra).
Si bien es muy interesante el estudio de la formación de la lucha subversiva en los sesenta y setenta, no es esta la pregunta que intenta responder Marín, sino si el periodo de estudio es realmente un momento militar en la progresión de la lucha de clases. La respuesta es afirmativa.
Es riesgoso, y hasta osado, aventurarse en la historia argentina con Carlos Marx debajo del brazo, pero Marín sabe de esto y lo hace bastante bien.
Podríamos decir que hay cierta conciencia de clase: la clase trabajadora, influenciada en parte por ciertos sectores de la intelectualidad de izquierda, logra quebrar la hegemonía ideológica de la burguesía y es allí donde visibiliza a su enemigo, que se encuentra en plena crisis. Las masas movilizadas (alentadas por el aparato peronista en proscripción, pero sin poder encausar luego esa inercia) perciben claramente, luego del Cordobazo, que pueden darle batalla y así corregir, al menos en parte, la explotación, expoliación y sometimiento de los que era objeto el pueblo argentino. No hubo, es cierto, y esto es percibido por el autor, una real conciencia de motor de la historia (para sí), no hubo, sino solo en vanguardias aisladas, la idea de tomar el poder, esa mala palabra que siempre dejamos para que maneje a gusto la burguesía dirigente (porque “ellos saben”). El peronismo había realizado bastante bien su trabajo de subordinar a las masas (“de la casa al trabajo, del trabajo a la casa”) pero el estado de descontento y movilización persistía. Tal ánimo no podía ser solo reprimido por fuerzas legales (no funcionó en 1969) sino aniquilado con toda la furia. El desdibujado gobierno peronista no podía contenerlos, se desintegraba en luchas intestinas y, en el intento de evitar su propio colapso, avaló y promovió dicha aniquilación desde adentro, ofrendando al régimen su última jugada por el disciplinamiento social: una letal inyección de “anticuerpos” al “contaminado” organismo social (grupos parapoliciales, léase la Triple A). El régimen percibió esto con tiempo y se replegó para dar el zarpazo final, mientras tanto disfrutaba la caída de un gobierno democrático y el espectáculo de “la hora de la espada”. La subversión, cada vez más aislada y con la batalla ideológica prácticamente perdida, intentó resistir el embate, porque de eso se trataba, de sostener esa territorialidad social, la continuidad de esa lucha, por ello la tremenda escalada de violencia. El enemigo pegó fuerte, supo dónde y cuándo hacerlo, por eso pudo doblegarlos.
Hasta aquí, mi comentario del texto. Preparé una reseña, como acostumbro hacer, pero, como también acostumbro, quedó demasiado larga para publicarla así nomás. Así que para quienes quieran profundizar, puse el texto completo aquí. (Una chanchada que tuve que hacer por una suma de mis limitaciones y las del Blogger: generar una nota en una fecha antigua para que quede guardado allí)
Las dos notas anteriores sobre Violencia Política en Argentina son:
Violencia política en Argentina: Rodolfo Walsh y la Operación Masacre
Violencia política en Argentina: Tacuara
y seguiremos...
El libro es una prolija investigación sobre lo que el autor define como “hechos armados” dentro del periodo comprendido entre mayo de 1973 y marzo de 1976. Esto es, pleno gobierno constitucional. Y lo que podemos llamar la Antesala del Infierno está conceptualizado como “(…) de una acumulación primaria de lo que en su reproducción ampliada constituiría posteriormente el último y más descomunal genocidio ocurrido en nuestro país (1976/83),” (p. 24). Este es el único trabajo documentado sobre el periodo de violencia previo al golpe de estado. Hay una recopilación de absolutamente todos los casos de violencia (en total 8.509 hechos armados). Según un cuidado análisis desmenuza y cruza esta base de datos según diversos criterios para conseguir sus respuestas.
Encontraremos que se trata de una investigación de tipo explicativa que intenta (y creo que lo logra) demostrar la hipótesis de que lo que en apariencia comenzó como una lucha antisubversiva trastocó directamente en una aniquilación de cuadros opositores, entendido como resolución de una etapa de lucha de clases, sacando del centro del debate a la llamada Teoría de los dos demonios. El marco teórico se alimenta de la teoría marxista y de la obra de Karl Von Klausewitz (uno de los más importantes estudiosos de la guerra).
Si bien es muy interesante el estudio de la formación de la lucha subversiva en los sesenta y setenta, no es esta la pregunta que intenta responder Marín, sino si el periodo de estudio es realmente un momento militar en la progresión de la lucha de clases. La respuesta es afirmativa.
Es riesgoso, y hasta osado, aventurarse en la historia argentina con Carlos Marx debajo del brazo, pero Marín sabe de esto y lo hace bastante bien.
Podríamos decir que hay cierta conciencia de clase: la clase trabajadora, influenciada en parte por ciertos sectores de la intelectualidad de izquierda, logra quebrar la hegemonía ideológica de la burguesía y es allí donde visibiliza a su enemigo, que se encuentra en plena crisis. Las masas movilizadas (alentadas por el aparato peronista en proscripción, pero sin poder encausar luego esa inercia) perciben claramente, luego del Cordobazo, que pueden darle batalla y así corregir, al menos en parte, la explotación, expoliación y sometimiento de los que era objeto el pueblo argentino. No hubo, es cierto, y esto es percibido por el autor, una real conciencia de motor de la historia (para sí), no hubo, sino solo en vanguardias aisladas, la idea de tomar el poder, esa mala palabra que siempre dejamos para que maneje a gusto la burguesía dirigente (porque “ellos saben”). El peronismo había realizado bastante bien su trabajo de subordinar a las masas (“de la casa al trabajo, del trabajo a la casa”) pero el estado de descontento y movilización persistía. Tal ánimo no podía ser solo reprimido por fuerzas legales (no funcionó en 1969) sino aniquilado con toda la furia. El desdibujado gobierno peronista no podía contenerlos, se desintegraba en luchas intestinas y, en el intento de evitar su propio colapso, avaló y promovió dicha aniquilación desde adentro, ofrendando al régimen su última jugada por el disciplinamiento social: una letal inyección de “anticuerpos” al “contaminado” organismo social (grupos parapoliciales, léase la Triple A). El régimen percibió esto con tiempo y se replegó para dar el zarpazo final, mientras tanto disfrutaba la caída de un gobierno democrático y el espectáculo de “la hora de la espada”. La subversión, cada vez más aislada y con la batalla ideológica prácticamente perdida, intentó resistir el embate, porque de eso se trataba, de sostener esa territorialidad social, la continuidad de esa lucha, por ello la tremenda escalada de violencia. El enemigo pegó fuerte, supo dónde y cuándo hacerlo, por eso pudo doblegarlos.
Hasta aquí, mi comentario del texto. Preparé una reseña, como acostumbro hacer, pero, como también acostumbro, quedó demasiado larga para publicarla así nomás. Así que para quienes quieran profundizar, puse el texto completo aquí. (Una chanchada que tuve que hacer por una suma de mis limitaciones y las del Blogger: generar una nota en una fecha antigua para que quede guardado allí)
Las dos notas anteriores sobre Violencia Política en Argentina son:
Violencia política en Argentina: Rodolfo Walsh y la Operación Masacre
Violencia política en Argentina: Tacuara
y seguiremos...
4 Comentarios:
Me parece muy positivo que se analice como se llegó al Proceso. Es una tendencia que por lo menos a nivel "mediático" siento hace un par de años.
Sirve para bajarse el discurso demonizador y analizar más fríamente las causas de algo.
Como cuando se analiza el papel de los aliados en la ascención de Hitler (o sea: todos se hicieron los dolobu mientras el tipo construía su poder).
No es bueno olvidarse que todo tiene una causa, como para verla venir, digamos, y no dejarnos abrochar por saqueos pagos o golpes institucionales.
Sí, es todo un despelote, complejo e interesante. Por mi parte, se trata de acumular conocimiento mientras voy construyendo mi opinión al respecto. Es una forma de conocernos.
Pero insisto, en última instancia se trata de un relato que enlaza de determinada manera esta cadena causal que nos trae hasta aquí, y ese relato es, hoy por hoy, mucho más dinámico que antes, no sé si eso será muy bueno, pero por lo pronto descongela ciertas cuestiones establecidas que, a la vista de cierta perspectiva, evidentemente nos hicieron daño como sociedad.
Si, es un despelote pero si concebimos a la historia de una manera NO hagiografica (es decir como figuritas dle billiken) sino algo conectado con lo social, la geografia, etc y lo entendemos como un proceso es mas sencillo comprender los efectos.
Para las causas valen los analisis como el presente o incluso del de jauretche en "Los profetas del Odio" cuando habla de la transculturizacion que hemos sufrido desde siempre.
Voy a descargar el texto compoeto para leerlo Maxd y comentarte mis impresiones, pero anticipo que estara interesante.
Ya lo he bajado, lo leere y te comentare luego. Un abrazo
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