miércoles, marzo 11, 2009

Los problemas de comprarse un lago II

Luego del desordenado texto publicado ayer me/les debía un análisis un poco más adecuado al título de licenciado que supieron pagarme todos uds (y yo también).

Distingo al menos cuatro dimensiones de análisis, a ver:

1) Rol del Estado

Este es "el punto" en cuestión dentro del conflicto. La ausencia del Estado en la canalización institucional de este conflicto es clave para entenderlo. Situación que se extiende a una gran mayoría de las problemáticas de nuestra época, en materia de políticas públicas. Tantos años saqueado, tachado de obsoleto y obstaculizador de la dinámica pura del mercado el Estado ha quedado rengo y sigue así aún pese a la gran recuperación de los últimos años. Hay varias subdimensiones para ver aquí:

    1.a) Ausencia (de defensa del patrimonio público, de políticas públicas, especialmente salud, educación y vivienda)
Justamente por lo expuesto arriba, aquí se ve la ausencia del Estado en hacer cumplir las leyes vigentes (acceso irrestricto al lago), en proveer los recursos necesarios (para garantizar dicho acceso), en proveer los recursos que requiere la comunidad (para no tener que discutir dudosas dádivas del millonario filántropo), en dejar en claro quién tiene el monopolio de la violencia legítima (léase seguridad), en actuar de bisgara entre las necesidades del millonario y las de la gente que desea ir al lago, en sopesar derechos (a la propiedad y al libre acceso), en nivelar las distancias de una distribución injusta de la riqueza, etc.

    1.b) Presencia en defensa de la propiedad privada
No obstante lo anterior sí se hace presente en la defensa de la propiedad privada (se aclara: de los ricos, porque que quede claro que quienes más delitos sufren son los estratos más bajos de la sociedad). En este caso el intendente y la policía como autoridades del Estado se hicieron presentes para garantizar la intangibilidad de la propiedad privada y no para evitar la violencia.

    1.c) Reemplazo por gestión privada. Tolerancia e incentivación a tomarse atribuciones propias del Estado.
Hay la precepción que el Estado es incapaz de hacer prácticamente nada bien, es entonces que un buen empresario (si es rico mejor) tiene capacidad de encarar casi cualquier cosa (no hay percepción de la envergadura y dificultad que representa la administración de lo público) mejor que el Estado. Prueba de esta falacia, por decir, es el pésimo gobierno que está haciendo Macri en la ciudad, arquetipo de este modelo de (falso) "gerenciamiento". La sobreestimación en el poder del dinero (con guita se puede hacer cualquier cosa bien) también juega un papel en este imaginario. Es así que ciertos gobiernos (de neto corte ultraliberal) han impulsado el retiro del Estado de posiciones clave y entregado en bandeja al sector privado para convertirlo en negocios (dos ejemplos arquetípicos de esta tragedia que persiste son la salud y la educación). Y hoy es llamado el empresario rico a cumplir estas funciones, que nos regale un hospital y un aeropuerto porque el Estado es pobre y corrupto. El empresario rico es deificado por el poder del dinero y puede salvarnos de la mugrosa codicia de una clase política llena de "piojos resucitados", que no son laburantes como él, que se ganó toda su fortuna con esfuerzo. Él, y no otro (nosotros, el Estado), es quien puede brindarnos salud, educación y, (no tan) próximamente, seguridad. Y se me sale la chaveta con "orden y progreso" (cosas que pensábamos tan superadas).

Otra cuestión importante de esta subdimensión es la sobrevaloración de la capacidad del sector privado (per sé, esto es con la mínima injerencia posible del Estado) para generar empleo genuino y de utilidad productiva (eso que puede potenciar la economía). Una de las argumentaciones que se escuchó es que la empresa constituída ad-hoc para atender sus asuntos del campo es que da trabajo a 100 familias. Aparte de ser exagerado el número, hay que ver de qué tipo de empleo se trata, tengo alguna idea (más aún, conozco gente que trabajó allí): personal doméstico, de gastronomía, técnico y logístico para sostener el uso suntuario de su mansión y alrededores. Es decir, cómo da trabajo, que se le permita hacer lo que quiera (similar argumentación que se escucha respecto a la minería, petróleo, extracción de soja, aunque en este caso no tan agresivo con el medio ambiente). Tal fuerza de trabajo podría estar orientada en función de un interés productivo común. Pero el Estado, ausente aquí también, no solo no promueve otras alternativas, sino que aquí defiende (con puños y palos) y festeja el empleo para servidumbre de consumo suntuario.

    1.d) Pérdida de sentido del interés por lo público
Cuando el Estado aparece siempre es sospechado de mala praxis. Es pertinente bregar por una mayor presencia del Estado, no menor. Y cuando un gobierno acierta en este sentido (estatización de los fondos de jubilación, intervención en los mercados, promoción de acuerdos salariales, promoción de juicios contra crímenes de lesa humanidad, etc) hay que reconocer y apoyar estas medidas a la vez que reclamar aún más presencia estatal y marcar aquellas que lo alejan del bien público (veto ley de glaciares, legislación minera y petrolera, ausencia de política social masiva, ausencia de política tributaria progresiva, etc).

2) Naturalización de las Distancias sociales

De algún modo, la actual distribución de la riqueza, es percibida como un dato dado y natural. En este caso exacerbado a un punto obsceno, como dije ayer e insisto con ello. Un solo tipo tiene un patrimonio de más de mil millones de dólares. Sin pensar en la extrema pobreza, un laburante de clase media bien posicionado socialmente, con un excelente sueldo y que trabaje durísimo de lunes a domingo jamás podría tener ni la diezmillonésima parte de aquel. ¿Es justo eso? ¿Puede decirse que el Sr. Lewis se ganó justamente su patrimonio, ese que le permite comprarse un lago y contratar un séquito de gente todo el año para que lo secunde durante sus recreaciones ocasionales? Sin embargo, esta argumentación mía suena más artificial que aquella que dice: "ganó dinero porque es un empresario talentoso y bueno para los negocios, no como otros que son vagos e inútiles" (curiosamente eso incluye a casi todo el resto de la humanidad) velando que, por más talento que tengamos, es imposible que todos los talentosos tengan acceso a tal patrimonio ni a tal estilo de vida (ya sabemos que revienta el planeta, por más que nos resulte admirable, aspirar y festejar eso es pensar en un mundo para cada vez menos gente). Es particularmente llamativo escucharlo hoy, en medio de la crisis económica más espectacular de la historia del capitalismo, que aún no tocó fondo, esta misma crisis que desnuda las miserias de la liberalización de los mercados financieros, esos que permiten que unos pocos (como el Sr. Lewis) se enriquezcan sin límites (el dinero hace más dinero) mientras millones se sumergen en la más profunda miseria.

3) Características aspiracionales de la clase media

Como con el caso del trillado conflicto con "el campo" (reeditado ahora para que nos entretengamos), la clase media se siente más atraída en defender los intereses de las clases más elevadas que los intereses de las mayorías (incluso aquella de la que forman parte). De algún modo se sienten identificados con la imagen de lo que les gustaría ser, embelesadas por el fetichismo de la mercancía y rechazan todo aquello a lo que le temen (pobreza, indigencia, marginalidad, etc). Nuevamente, según lo expuesto en el punto anterior, si extendiéramos linealmente la distribución del ingreso por hogar, casi cualquier clase media está infinitamente más cerca de un indigente que del Sr. Lewis que tanto admiramos. Pero la brecha de esa distribución es tal que nos amontonamos todos dentro del 10% más rico y ahí nos sentimos más cerca, no como ese 90% mugriento que no sé ni me importa por qué les va tan mal.

4) Desvalorización de la militancia social

Necesitamos más militancia y participación social en los asuntos públicos, no menos. Sin embargo, aquel que se manifiesta, que reclama y protesta es mal visto y se lo invita a irse a su casa o a laburar. Por otro lado toda disfunción es achacada a un mal manejo administrativo que solo puede ser resuelto por buenos profesionales (y se entiende que el Estado siempre carece de ellos). Esto es en parte un resabio del posibilismo: hay solo una forma "correcta" de hacer las cosas y los técnicos saben cómo. Se deja así el campo abierto solo a aquella alternativa avalada por los tecnócratas de turno, que erróneamente se la percibe exenta de ideología. Muchas de las políticas que vemos como equivocadas y dañinas hacia lo público no son producto de su mala aplicación sino de una deliberada implementación de una determinada concepción de la administración de lo público. Ahí es donde la militancia debe recomponer esos espacios vacíos, reunir lazos de solidaridad y reconstituir el valor por lo público y lo común, como potencia necesaria para salir adelante como comunidad.