viernes, diciembre 31, 2004

Final (de año) trágico

En menos de una semana, y a horas de terminar este año 2004, nos ha tocado vivir dos situaciones de carácter trágico como son las consecuencias del Tsunami en Asia; y las del incendio de anoche en el local República Cromagnon, iniciado al comenzar la performance del grupo de rock “Los Callejeros”. Allí, al menos hasta las doce del mediodía, se contabilizaban unos 175 fallecidos y unos 714 heridos. Sobre lo primero la verdad que no me sale nada para decir, salvo mucho dolor. Lo que se podía escribir, ya lo hizo muy bien Fabio, que dispuso de importante información. Sobre lo segundo, que nos compete por razones obvias de cercanía y por la magnitud (sería el sexto incendio con más víctimas en el mundo y el tercero si se cuentan solo locales destinados a shows musicales), creo que sí, que aparte del profundo dolor, se pueden decir algunas cosas dado que estamos hablando de consecuencias trágicas cuyas causas están directamente relacionadas con una acción humana (y omisión)…

La información está siendo actualizada constantemente (se puede ver el sitio de Clarín, por ejemplo), así que puede que ciertas cuestiones terminen cambiando, pero creo que se pueden sacar ciertas conclusiones igualmente valederas.

Causas

Aparentemente, el incendio se habría producido por la combustión de una suerte de tela o lona extendida en el techo, que varios testigos describieron como del tipo “media-sombra”, la cual funcionaría como aislante acústico. En realidad, una “media-sombra” no tiene nada de aislante acústico, pero tal vez haya sido el aspecto que tenía, tal vez sea simplemente con sentido estético. Esta “tela” habría entrado en combustión al ser alcanzada por una “bengala” o cañita del tipo “tres tiros”. El incendio se propagó rápidamente, lo que produjo el lógico pánico en el público que intentaba salir como sea. La mayoría de los fallecidos habrían perecido por asfixia (como ocurre en la mayoría de los incendios) a causa de la inhalación de gases tóxicos producto de la combustión.

Otros datos relevantes son la cantidad de personas que habría habido dentro del local: unas 3000 ó 4000, en contraste con las 1600 para las cuales estaba habilitado; por otra parte, varios testigos dijeron que al menos una de las puertas de emergencia estaba trabada con candado, con lo cual varios habrían fallecido aplastados por la multitud en el ímpetu de escapar del desastre. En tercer lugar, se informó que había una suerte de “guardería” improvisada en un baño del local.

No escuché ni leí nada sobre la existencia, o no, o buen o mal funcionamiento de algún sistema de detección y mitigación de incendios dentro del local. También se informó que es habitual que se utilice pirotecnia en este tipo de shows, en los dos anteriores de esta misma banda en el mismo lugar, había ocurrido. Se dijo que hubo al menos tres principios de incendio en oportunidades anteriores, por la misma causa; por ello se pedía durante el show en reiteradas ocasiones que no se arroje pirotecnia, pedido respondido con chiflidos y más pirotecnia.

Supongo que en un breve tiempo se tendrán más datos sobre las causas y responsabilidades del hecho. En principio se puede criticar la irresponsabilidad de quien lleva y tira pirotecnia en un lugar cerrado lleno de gente; la irresponsabilidad del/de los encargados del local que permitieron ingresar a tal cantidad de gente a un local no preparado para eso, que permitieron ingresar con pirotecnia y con menores de bastante corta edad, que eran dejados en la “guardería” mencionada y que tristemente aportaron una gran cantidad de víctimas fatales. También se puede criticar la falta de control sobre el estado del local y las condiciones en las que estaba trabajando. Digo, si bien en la ciudad de Buenos Aires debe haber cientos de espectáculos por noche, uno de estas características (donde ingresan miles de personas) no puede escapar al menos a una revisión in-situ.

Reflexiones “en caliente”

Sobre todo esto tal vez se puedan decir un par de cosas. Uno se siente tentado de darse con el látigo en la espalda al son de “qué país de mierda y qué gente de mierda”. Pero esa autoflagelación no es muy productiva que digamos.

En resumidas cuentas, por lo general me llama mucho la atención la actitud bastante presente a nuestro alrededor de querer “torcer las reglas”. Todas las reglas parecen ser arbitrarias, algunas de ellas tienen un fundamento racional bastante sencillo, especialmente aquellas relacionadas con la protección personal. No todas estas reglas son leyes, varias de ellas son normas o costumbres, que por cuestiones prácticas se recomienda cumplirlas para facilitar la convivencia, sobre todo si estamos hablando de una megalópolis. Cito un par de ejemplos sencillos y básicos: dejar bajar a la gente del subte antes de subir, no fumar dentro de un lugar público y cerrado; dos cosas que habitualmente no se cumplen y no hay ningún motivo para que no se haga.

Ahora bien, ¿qué es lo que lleva a alguien a querer “torcerlas”?

El sentimiento de rebeldía

En el caso de esta tragedia, parecería ser, por un lado, un sentimiento de rebeldía por parte del pelotudito de turno que, como a muchísimos otros pelotuditos, se le ocurrió llevar y tirar una bengala adentro; y tener la mala leche de que se prenda fuego un local lleno de gente provocando la muerte de casi doscientas personas. Un sentimiento de rebeldía que despierta ánimos de destrucción y de autodestrucción (pulsión de muerte diría un psicoanalista freudiano) por estar contra el “sistema”, del cual percibe que lo oprime y lo daña. Para defenderse de él se genera otro “subsistema” donde funciona otra “subcultura” y es allí donde encuentra mejor contención y sentido de pertenencia. La etapa adolescente es un momento de negación y de diferenciación de los mayores, con lo cual es una fase particularmente propicia para el sentimiento de rebeldía, escaparse a un mundo propio con compañía de su misma edad es lo habitual. La noche es un espacio donde se encuentra refugio del mundo de los mayores y del “sistema” que oprime. Lamentablemente, puede ocurrir que se combine con otros elementos de evasión, léase “drogas” o alcohol. Para sobrevivir en este submundo, muchas veces es necesario defenderse del “sistema”, diferenciarse. El que acata las reglas del “sistema” es un “puto vigilante”, el que las tuerce o rompe es valorado y premiado con la pertenencia al submundo, “ser del palo”. A mí (como a todos) me ha tocado pasar por esa edad, la cual se caracteriza por la afloración de pasiones y emociones muy intensas, lo cual no tiene nada de malo, sino todo lo contrario. Pero aprender a canalizar dicha carga, naturalmente conlleva cierta confusión (al menos así lo veo en perspectiva). Me tocó disfrutar y sufrir dicha etapa, y por suerte, no llegué a cometer pelotudeces graves. He ido (y sigo yendo) a varios conciertos de rock y los he disfrutado (sigo disfrutando), y en esa edad en particular recuerdo haberme sentido en una satisfactoria “comunidad del espíritu adolescente”. Ahora bien, todo puede llegar a confundirse y el sentimiento de (auto)destrucción, de aversión por el “sistema” se corre hasta una línea muy peligrosa, donde los “no se puede” tienen un motivo cierto. Vale la aclaración que no es peyorativo el trato que hago del término “rebeldía”, todo lo contrario, es una forma de ejercitar el pensamiento crítico, y más vale que no nos falte nunca.

¿Y por casa como andamos?

Está claro que de esto de “querer torcer las reglas” no escapamos los adultos (guau! Me dije adulto!). Se hace notar especialmente en los espacios públicos y es grave la situación del tránsito, por ejemplo. Algunos tienen que ver con la consideración hacia los otros (no dejar cruzar a los peatones, no respetar las prioridades de paso, ir a altas velocidades, etc); otras tienen que ver, y esto es más penoso, con la consideración hacia uno mismo (no usar cinturón de seguridad, cruzar por cualquier lado, etc.) En este caso particular se hace evidente que a nadie le preocupó la sobreventa de entradas al local, que nadie revisó las mínimas condiciones de seguridad del lugar, que a nadie se le ocurrió suspender el show o clausurar el local dado el evidente peligro, que a nadie le preocupó que las salidas de emergencia no estuvieran debidamente habilitadas, y que a casi nadie (no me consta) se le ocurrió irse cuando era evidente que las condiciones no estaban dadas, etc. Claro, esas serían cosas de “vigilantes” o “cobardes”, total “¿qué puede pasar?”, es cierto, por lo general no pasa nada, pero ¿para qué llamar a la mala leche?

Pero el último eslabón de esta cadena está en cada uno de nosotros. Es decir, el local podría haber estado debidamente habilitado, con la capacidad sin exceder, con un sistema de mitigación de incendios normalizado, todo bien, bah. Pero alguien puede querer cometer una pelotudez, el sistema contra incendios puede fallar y podría ser un desastre similar.

Lo que quiero decir es que está en cada uno de nosotros repudiar esta actitud de querer “torcer las reglas” y no quedarse en el molde si alguno salta. Se trata de cuidarnos nosotros mismos y entre nosotros, considerando a los otros y considerándonos a nosotros. Algunas reglas básicas, si las pensás un poco, son muy fáciles de cumplir y el daño que se evita es mucho. Después de todo, cuando estas tragedias suceden, terminan contrastadas con acontecimientos heroicos de víctimas que, aunque escapan del desastre vuelven para ayudar. Eso es un sentimiento que funciona y que podría anticiparse a la tragedia (pulsión de vida).

Pirotecnia legal

Capítulo aparte merece este tema, que no se acota, aunque sí está íntimamente relacionado, a esta tragedia. De chico jugaba con pirotecnia y me resultaba divertido, como muchas otras boludeces menos peligrosas que uno hace cuando es chico. Desde hace bastante tiempo que me resulta una pelotudez más peligrosa que divertida (y hasta molesta); y no hay ningún motivo para que siga siendo legal. La alternativa de realizar espectáculos públicos ejecutados por personal preparado y en lugares más adecuados que en plena zona urbana, me parece mucho más productivo y divertido. Todos los años los hospitales se llenan de imprudentes y de víctimas de imprudentes, esto es de público conocimiento. Es cierto que también está la pirotecnia ilegal, pero si no existiera la costumbre, no se vendería. El motivo me resulta aún más boludo: querer hacer ruido y llamar la atención. Porque de la pirotecnia comercial, solo los productos más caros (y muy caros) son los que tal vez generen algún espectáculo visual atractivo, el resto son cagada para hacer ruido y chispita. Realmente me parece una mala costumbre y espero ver el día que no exista más. Tal vez, si fuera una conducta inaceptable, muchos menos nabos tirarían pirotecnia en lugares llenos de gente y los pocos que intentaran hacerlo serían repudiados por el resto, o al menos, detectados a tiempo.